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, señor. ¡Tiene usted un modo de tratar las cosas!... Vaya, y para que usted no pueda tener queja de , le diré a usted una sospecha, no pasa de sospecha, que yo tengo. Usted sabe que Cristeta fue a Santurroriaga hace cerca de tres años.

Lo peor es, que despues de haber llenado un libro de revelaciones, no se halla en todo él ni una sola prueba, de si fueron, ó no verdaderas, y es, porque los Escritores no lo dudan. Ya se queja de estos descuidos Benedicto XIV. en su Obra de la Canonizacion de los Bienaventurados, donde de propósito trata este mismo asunto.

Usted sabe que no, y se queja con razón viendo cómo se extinguen, sin el auxilio popular, las antiguas grandezas de la Iglesia. Eso es verdad dijo el Vara de plata . No hay fe: nadie es capaz de hacer un sacrificio por la casa de Dios. Sólo en la hora de la muerte, cuando entra el miedo, se acuerdan algunos de ayudarnos con su fortuna. No hay fe; ésa es la verdad.

Crea usted que nada tiene de agradable vivir una existencia de apocamiento y monotonía, sin otra gloria que fusilar al obrero que protesta o al pueblo que se queja. Pero ¿y la libertad?, ¿y el progreso político? preguntó el cadete . Yo he oído a un capitán viejo de la Academia, que si en España existe el régimen liberal es por el ejército.

Otra queja podrá tener de ; pero lo que es esa.... ¿Le espero de verdad?... ¡Qué bueno será usted si va y nos socorre!... ¡Martín se pondrá más contento cuando se lo diga! Vayase tranquila.... Aguárdeme, y mientras llego pídale á Dios por con todo el fervor que pueda.

Al arrancar los caballos tornó Paz a mirarle, y entonces, sin darse cuenta de ello, sus ojos se clavaron con tristeza en el muchacho, dejando luego caer los párpados lentamente, como si en aquella mirada pretendiera enviarle una expresión de simpatía y una queja. Pepe, que no se había movido aún, quedó suspenso, confuso, con la admiración que produce una impresión nunca sentida.

tuviera yo en mi arca los ocho mil reales, los hubiera traído y se los hubiera dado a ustedes en cambio de un papel, firmado por ustedes, donde declarasen que Antoñuelo nada les debía y que no tenían contra él la menor queja.

Los indios tratan regularmente a sus mujeres, y las tienen como muy inferiores a ellos, y las obligan a todo género de trabajo, así en sus chacras en las labranzas y carpidos, como en sus casas en hilados y traer a ellas todo lo necesario para la comida y disponerla, excusándose ellos cuanto pueden del trabajo y cargándole a la mujer, a la que no pocas veces maltratan inhumanamente, pareciéndoles le es lícito y pueden hacerlo, y de esto es rara la vez que la mujer se queja, aun sabiendo que la justicia castiga severamente a los que así se portan.

A estas últimas palabras del Padre Ambrosio, no replicó Fray Miguel para contradecirlas ni mucho menos para manifestar que había quedado convencido y satisfecho. Su única contestación fue un sonido inarticulado que exhaló su pecho y que brotó de sus labios, de tan indefinible condición que podía dudarse de si era suspiro o refunfuño, bendición o maldición, muestra de gratitud o de queja.

iii Esta última queja puso al señorito de Santa Cruz un tanto pensativo y desconcertado. No desconocía él la situación poco airosa en que estaba ante Jacinta, cuya grandeza moral se elevaba ante sus ojos para darle la medida de su pequeñez.