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Actualizado: 7 de octubre de 2025
Claro que volveré; y si no te encuentro aquí..., en Madrid nos reuniremos. ¿Me escribirás a menudo? ¿Podré yo escribirte? Siempre que quieras. ¿Verdad que no estás hastiado de mí? ¿Me quieres? ¡Con toda mi alma! ¡Oh inacabable encadenamiento de frases, tan tontas para escritas como deliciosas para pronunciadas y oídas!
Me dan vergüenza las palabras que acaban de ser pronunciadas. Cuadrarían en boca de un bandido romano que roba las mujeres ajenas. Proserpinita... MARCIO. ¿Queréis no fastidiarnos más con vuestra Proserpina? Se trata aquí de una cuestión de principios... Veo, señores, que la espantosa pérdida ha eclipsado vuestra memoria, y voy a refrescar vuestros recuerdos.
Era el recuerdo de aquellas memorables palabras suyas "¡Lo probaré, señor!" pronunciadas en los momentos mismos de llevar á cabo una empresa tan heroica cuanto desesperada, y que respiraban el indomable espíritu de la Nueva Inglaterra.
Sí, hijo, sí; pero no hay necesidad de que tú te molestes. Pantaleón, que no tiene nada que hacer, se encargará de ello. ¡Que no tiene nada que hacer! Estas palabras, pronunciadas con perfecta naturalidad y hasta con la sonrisa en los labios, sonaban a sarcasmo. Tampoco él tenía nada que hacer; demasiado le constaba a ella.
El arquero se había repetido muchas veces durante su viaje aquellas palabras, que eran las mismas pronunciadas por su capitán; pero la verdad es que la dama, aunque estimando el rico presente, no se fijó en las frases del arquero porque estaba tan absorta como su esposo en la lectura del pergamino, que aquél le hacía en voz baja.
Dígame si es usted el mío, mi D. Romualdo, u otro, que yo no sé de dónde puede haber salido, y dígame también qué demontres tiene que hablar con la señora, y si va a darle las quejas porque yo he tenido el atrevimiento de inventarle». Esto le habría dicho, si encontrádole hubiera; pero no hubo tal encuentro, ni tales palabras fueron pronunciadas.
Durante el almuerzo, que fue largo y fastidioso, Fortunata siguió muy encogida, sin atreverse a hablar, o haciéndolo con mucha torpeza cuando no tenía más remedio. Temía no comer con bastante finura y revelar demasiado su escasa educación. El temor de parecer ordinaria era causa de que las palabras se detuvieran en sus labios en el momento de ser pronunciadas.
Lo que a mí me desagrada, o más bien me asusta, no son las mismas recetas, ya pronunciadas, ya escritas, en la tribuna, en el teatro, en los periódicos o en gruesos volúmenes, sino que la gente se apasione de lo que las recetas prescriben, mire en ello la más excelente panacea y se empeñe en aplicársela a la patria enferma, turbando el reposo de que necesita más que de nada para convalecer y recobrar la salud y el vigor antiguos.
Tras de las escasas palabras pronunciadas reinó un largo silencio durante el cual el doctor con la cabeza hundida entre las manos, no veía nada de cuanto pasaba en torno suyo. Mas los dos jóvenes, quizá porque en sus corazones se encerraba un tesoro de ternura, pensaban al mismo tiempo que en la muerta en los dos caros afectos que muy pronto tendrían que abandonar.
Se había dejado la puerta del salón entreabierta y me fué inevitable oir estas palabras pronunciadas por el señor Laroque con el tono de bondad, aunque un poco irónico que le es habitual: ¡Vaya, vaya! no se puede comprender á Laubepin, que me anuncia un muchacho de cierta edad, muy sencillo, muy juicioso, ¡y que me envía un señor como éste!
Palabra del Dia
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