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Actualizado: 27 de junio de 2025


Te conozco, Malo... Pierdes el tiempo enseñándome esas asquerosidades... Mi carne está muerta... Gloria al Señor... La impureza no entrará en la casa de su siervo. Maltrana, en la apacible calma de su nueva existencia, terminó pronto el libro del marqués de Jiménez. El grave prócer mostrábase satisfecho del trabajo.

Sin embargo, tales burlas públicas o privadas, como ya se ha indicado, no conseguían amenguar el prestigio de que el ilustre prócer gozaba en la ciudad. Quien se considera de buena fe superior a los seres que le rodean, tiene mucho adelantado para que éstos se le humillen. Además, D. Pedro, apesar de sus ridiculeces, era hombre culto, aficionado a la literatura y con pujos de poeta.

Sobrina del Conde de Cabra, se había criado en la casa de aquel ilustre prócer.

Todos me parecían en aquel momento igualmente sospechosos y aborrecibles. «Yo no me apeo», dije interiormente, a pesar de que veía al conde aproximarse a las reses hasta casi tocarlas. Pero el prócer gozaba fama de temerario, y yo no tenía deseo alguno de adquirirla. ¿Qué tal los muruves? preguntó el mismo criado a un chulo que andaba por allí cerca. ¡No lo ves, hiho, qué animalitos de Dio!

Penetró hasta la habitación del moribundo todo el que quiso. A nadie se puso obstáculo. Pero no pudieron todos cumplir su gusto, porque no cabían. Llenose enseguida el gabinete del conde de una muchedumbre abigarrada, personas decentes, menestrales, niños, todos empinándose para contemplar al prócer caído en la desgracia, y que ahora iba a caer en el oscuro seno de la muerte, en el eterno olvido.

Sentada en el sillón, con su tabaquera abierta en la mano derecha, y los dedos de la izquierda en ademán de tomar unos polvos, hallábase la prócer figura del Cardenal de Portinaris. No esperaba veros más, dijo lentamente. Creí que habíais muerto, sobrino.

Y lo dijo tristemente, recordando con nostalgia los tiempos de paz, cuando sufría la preocupación de los negocios mediocres... pero vivía su hijo. ¿De qué iba á servirle esta riqueza que le asaltaba por todos lados como si pretendiese aplastarle con su peso?... Su esposa podría derramar el dinero á manos llenas en obras de caridad; podría dotar á sus sobrinas como si fuesen hijas de un prócer... ¡y nada más!

Amparo, que no se dejaba sobar por nadie, según decía a cada momento, aunque a cada momento se pusiese en contradicción consigo misma, presa de un furor irresistible, con los ojos llameantes de ira, alzó la mano tomando vuelo y descargó en las limpias y amoratadas mejillas del prócer una sonora bofetada.

En el asiento de enfrente, un rufián con sombrero de copa un poco ladeado y largas patillas postizas, parecía parodiar a cierto prócer famoso que en aquel tiempo hacía gran papel en las filas alfonsinas .

Estrecháronse de nuevo la mano, y después que Urreta se deshizo en frases de gratitud, a las cuales contestaba Salabert en ese tono brusco y campechanote que tanto realza el mérito de cualquier servicio, se despidieron. El duque tomó inmediatamente un coche de alquiler. A la calle de San Felipe Neri, número.... Está bien, señor duque repuso el cochero. Alzó la cabeza el prócer para mirarle.

Palabra del Dia

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