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Actualizado: 7 de junio de 2025
La pensión de la señora, como viuda de intendente, había sido retenida en dos tercios por los prestamistas; los empeños sucedían a los empeños, y por librarse de un ahogo, caía pronto en mayores apreturas. Su vida llegó a ser un continuo afán: las angustias de una semana, engendraban las de la semana siguiente: raros eran los días de relativo descanso.
Hablaba con entusiasmo de pobres costurerillas de Madrid que, bajo sus indicaciones, hacían prodigios en el arreglo de ropas y sombreros. Las joyas vistosas, primeros regalos con que el marido había domado sus esquiveces de jovenzuela, sólo se mostraban de tarde en tarde, después de misteriosos cautiverios en poder de prestamistas. Algunas habían desaparecido para siempre.
Admireme sobremanera al reconocer en los dos prestamistas que dirigían toda aquella máquina, a dos personas que mucho de las sociedades conocía, y de quien nunca hubiera presumido que pelecharan con aquel comercio; avergonzáronse ellos algún tanto de hallarse sorprendidos en tal ocupación, y fulminaron una mirada de éstas que llevan en sí una larga reconvención sobre el israelita que de aquella manera había comprometido su buen nombre introduciendo profanos, no iniciados, en el santuario de sus misterios.
Y si es verdad que hubo Reyes Magos que traían regalos a los niños, ¿por qué no ha de haber otros Reyes de ilusión, que vengan al socorro de los ancianos, de las personas honradas que no tienen más que una muda de camisa, y de las almas decentes que no se atreven a salir a la calle porque deben tanto más cuanto a tenderos y prestamistas?
Respondió Barquín: «Luego debemos admitir que la aristocracia moderna es la del dinero....» Dijo la duquesa: «Me cisco en esa aristocracia.» Así dijo. Y prosiguió: «Toda esta aristocracia de ricos se compone de negreros, de aprovisionadores de ejército, de prestamistas con pacto de retro, de desamortizadores; en una palabra: ladrones. No es que me escandalice.
Los jinetes y las amazonas alegraban con su rápida aparición el hermoso tumulto; pero de cuando en cuando la presencia de un ridículo simón lo descomponía. «Debían prohibir dijo Isidora con toda su alma que vinieran aquí esos horribles coches de peseta. Déjalos... En ellos van quizás algunos prestamistas que vienen a gozarse en las caras aburridas de sus deudores, los de las berlinas.
Tan guerreros eran, que en los pequeños claros o intervalos de paz, ninguno supo hacer cosa de provecho, y la poca hacienda que tenían fue pasando a los prestamistas, disolviéndose toda en comilonas, timbas, inútiles viajes, cacerías y compras de armas para camorras.
La nueva luz parecía embellecer su vida, haciéndola más amable. ¡Y él había podido ser como los otros, adorando la existencia en la ciudad!... La verdadera vida era ésta. Paseaba su mirada por la interna redondez de la torre. Un verdadero salón, más apacible para él que los de la casa de sus antepasados. Todo suyo, sin miedo a la copropiedad con prestamistas y usureros.
Cuando se acordaba de que existían prestamistas, es que iba a pedir lo que quizá en aquel momento no tenía... Sus pérdidas recientes en la Bolsa y su visita, sin resultado, porque no le encontró. Don Raimundo ataba estos cabos. Jacintito miró el reloj y dijo que se marchaba a la Bolsa. ¡Aquel era el gran día!
En las provincias, los procuradores de los prestamistas romanos al 4 0|0 mensual, y los publicanos o empresarios de contribuciones, eran un flajelo más temible que las pestes y las inundaciones. "Además de la contribución territorial, había una sobre las industrias, que se pagaba cada cinco años.
Palabra del Dia
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