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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Y cuando alguna de sus muchas amigas necesitaba peinarse artísticamente para asistir a cualquier baile, Manuel Antonio se prestaba galantemente a arreglarle los cabellos, y lo hacía con la misma destreza y gusto que el mejor peluquero de Madrid. ¿Pues y cuando cualquiera de sus amigos se ponía enfermo? Entonces era de ver el interés, la constancia y la suma diligencia de nuestro viejo Narciso.

Al pequeño le llamaban el Mayor porque era el más antiguo o porque era el más rico. Prestaba dinero a las personas distinguidas, no era muy tirano en materia de réditos y plazos, y su discreción y sigilo eran proverbiales en la provincia.

Pero si había alguna persona de fuera, al hablar de Enrique todos sonreían alegremente, como diciendo: «No nos pregunten VV. por ese calavera, ese aturdido. ¿Quién pone puertas al campoLa tolerancia que mostraban les hacía simpáticos, y al mismo tiempo prestaba más realce a su conducta intachable.

Para llegar a este resultado trató de concentrar todo su poder de evocación sobre los meses de verano, durante los cuales Huberto la había conquistado, en la alegría de aquella playa normanda tan propicia para el flirt. Pero desgraciadamente, el estado de su espíritu no se prestaba a las reminiscencias alegres; no se armonizaban con su tristeza.

Venía de un baile; traía en los vestidos como un olor de lujo, de los ramilletes de las mujeres y del placer, y en su semblante, un poco plegado por la vigilia, llevaba resplandores de fiesta y cierta palidez, cierta emoción que le prestaba una elegancia infinitamente seductora.

Lo más conmovedor eran las interpretaciones que ella hacía respecto de cualquier frase que le escuchaba; siempre Laura les prestaba una significación que no tenían, por embellecerlas y dejar que recayera sobre él un mérito más alto. Carmen se interrumpía, para comentar cada cosa del manuscrito.

Ocupando aquella posición deshonrosa se creía honrada. Su cerebro estrecho no comprendía otra gloria que la de ser preferida por tal hombre. Bebía sus palabras y gestos y se embriagaba con ellos. Hallaba gracia y nobleza en los más prosaicos actos de su vida y prestaba tal importancia á sus gustos para vestir, comer ó dormir cual si fuesen preceptos de un código divino.

El caballo prestaba sus lomos al hombre para que le defendiese y vengase de sus enemigos, pero una vez satisfechos sus deseos, el jinete se negaba á descender, condenándolo á eterna servidumbre. La compañía había salvado al Papa, pero esclavizándolo para siempre. El cristianismo había muerto con la Reforma para convertirse en catolicismo.

Se me figura que soy yo el preferido.... Es una injusticia, Nela; Florentina se va a enojar. La pobre enferma sonrió entonces, y extendiendo una de sus débiles manos hacia la señorita de Penáguilas, murmuró: No quiero que se enoje. Al decir esto, María se quedó lívida; alargó su cuello, sus ojos se desencajaron. Su oído prestaba atención a un rumor terrible. Había sentido pasos.

Era costumbre de los dañadores pasar los cursos de agua llevando a cuestas al compañero. Al regreso, el camarada que pasaba a lomos prestaba igual servicio, y así la mojadura repartíase entre todos por igual. Únicamente los enfermos, los que iban a la caza convalecientes o con fiebre, estaban exentos de esta reciprocidad.

Palabra del Dia

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