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22 Preguntaron, [pues], otra vez al SE

Al primer campanillazo mi corazón se puso a latir tan fuerte, que me quedé como petrificada en la silla. Eran los Marqueses de Oreve, que notaron en seguida mi turbación. ¿Está usted mala? me preguntaron al mismo tiempo. ¿Elena? preguntó mi padre. Ha estado alegre todo el día como un pájaro de primavera. Nuevo campanillazo y nuevo ahogo.

Esta ha sido mi vida. Errores, faltas, he cometido. ¿Quién no los comete?... Esto decía el manuscrito de mi tío Juan de Aguirre. Un dia de otoño, al anochecer, se presentaron en Lúzaro, en la posada de Chiquierdi, dos extranjeros de aspecto sospechoso. Bajaron de las diligencias, entraron en la cocina de la posada, y, mientras cenaban, preguntaron con gran interés por don Santiago Andía.

17 Y estando Pedro dudando dentro de qué sería la visión que había visto, he aquí, los hombres que habían sido enviados por Cornelio, que, preguntando por la casa de Simón, llegaron a la puerta. 18 Y llamando, preguntaron si un Simón que tenía por sobrenombre Pedro, posaba allí.

El hombre á quien se lo preguntáron era justamente un patron español que les ofreció ajustarse en conciencia con ellos, y les dió cita en una hostería, adonde Candido y Cacambo le fuéron á esperar con sus carneros. Candido que llevaba siempre el corazon en las manos contó todas sus aventuras al Español, y le confesó que queria robar á la baronesita Cunegunda.

Le dije que no, y le di las gracias. «También vinieron las niñas de Castro Pérez, me preguntaron por y me encargaron que te diera memorias de parte suya de su papá. No me simpatizan esas niñas, ya te lo he dicho. ¡Qué murmuradoras y qué indiscretas! ¡ dirás!

Así es que cuando, al llegar á San Juan de Dios, sus amigos le preguntaron acerca de una conspiracion, Basilio pegó un salto acordándose de la que tramaba Simoun, abortada por el misterioso accidente del joyero. Lleno de temor y con voz alterada preguntó tratando de hacerse del ignorante: ¡Ah! ¿la conspiracion? ¡Se ha descubierto! repuso otro, y parece que hay muchos complicados.

Ellos me preguntaron por él, y díjeles que no sabía adónde estaba, y que tampoco había vuelto a casa desde que salió a trocar la pieza, y que pensaba que de y de ellos se había ido con el trueco. De que esto me oyeron, van por un alguacil y un escribano.

En este idioma nos preguntaron qué queriamos comer. Perdonen ustedes señores, no me atreví á llamarlos garçones; no somos italianos: somos gentes que querémos comer, y que agradecerémos á ustedes infinito que nos traigan pronto la lista de la fonda.

Pero cuando le vieron aparecer, armado de sus éxitos y doctor hasta los dientes, los curanderos del país, y su tío que, después de todo, no era otra cosa, le preguntaron por qué no se había quedado en París. Unía a su talento unos modales tan seductores y le sentaba tan bien su gran paletó, que se adivinaba desde el primer día que todos los enfermos serían para él.