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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Prefería verlo en relaciones con una mujer de mundo, que perdido entre los placeres fáciles en los cuales se arruina el cuerpo y se envilece el alma. »La delicadeza de la señora Chermidy era de carácter tan quisquilloso, que don Diego no pudo ofrecerle ni la menor bagatela. Lo primero que aceptó de él, después de un año de intimidad, fue una inscripción de cuarenta mil francos de renta.

A pesar de la amenidad de tales conversaciones, el grupo de venerables ancianos, con los que sólo había un joven y éste calvo, prefería al más grato palique el silencio; y a él se consagraba principalmente aquella especie de siesta que dormían despiertos. Casi siempre callaban.

Frígilis dejaba el brazo a la Regenta, que indefectiblemente lo buscaba; y Mesía resignado, firme en su propósito de ser prudente mientras fuera necesario, se emparejaba con don Víctor, que tal vez se permitía cantar a su modo el spirto gentil o la casta diva; aunque prefería recitar versos, sin que jamás se le olvidase decir con Góngora: A su cabaña los guía que el sol deja el horizonte, y el humo de su cabaña les va sirviendo de Norte.

Empezó a olvidar algunas noches la lectura de Santa Teresa. Seguía enamorada de la Doctora sublime, pero algunas opiniones de la Santa prefería pasarlas por alto, estaban en pugna con las ideas propias; «al fin no en balde habían pasado tres siglos». Empezó Ana a comprender mejor lo que el Magistral le quería decir al hablarle de actividad piadosa.

¡Y yo que no quería venir! exclamó Popito . Tu larga ausencia y la falta de noticias me tenían desalentada. Prefería pasar la tarde sumiéndome en el estudio, para no pensar en nuestra situación. Al fin, la curiosidad de ver al Hombre-Montaña y un indefinible presentimiento me arrastraron hasta aquí. ¡Qué desgracia si no hubiese venido!...

Los grandes ingenios españoles ignoraban o fingían ignorar lo que la revolución decía más allá las fronteras. Quevedo, que era el más audaz, sólo osaba decir: Con la Inquisición.... ¡Chitan! triste epitafio del pensamiento español, que prefería perecer, ya que la verdad no podía decirse.

Prefería al dominio de un valido prepotente, a quien el Monarca sacaba de la nada, el mando de esto que llaman clases conservadoras, en las cuales entraba por algo la suya, aunque mezclada con el instable remedo de la aristocracia de buena ley y con el furioso aluvión de injustificadas e improvisadas notabilidades.

No pudiendo recompensar á la mujer con el lujo, huiría de ella, para no ser su deudor y someterse á sus caprichos. Prefería domar al deseo á dejar de satisfacerlo con la grandeza de un señor oriental. Además, ¡estaba tan cansado del amor y de todo lo agradable que puede encontrar un hombre sobre la tierra!...

No podían vivir sin este vehículo; parecía que lo hubiesen poseído desde que nacieron. ¡Ah, la juventud, con su maravillosa facilidad de adaptación para todo lo que representa placer ó riqueza!... El español, sólo en casos de urgencia se acordaba de tomar un automóvil de alquiler. Prefería marchar á pie ó emplear los mismos medios de locomoción de la gente poco adinerada.

Una visita de hora y media, que le había hecho permanecer en nerviosa tensión, midiendo sus palabras, evitando las expansiones demasiado afectuosas, dando consejos sin interés alguno y dejando en silencio los recuerdos del pasado. Prefería la confianza y el abandono de sus conversaciones con los compañeros. Al pensar en éstos renació su inquietud. ¡Cómo iba á sonreir Atilio al sentarse á la mesa!

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