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Actualizado: 3 de junio de 2025
¿Mi olvido de Dios, madre? ¿Esto decís? Sí: el Demonio ha vencido en tu alma. Las vanidades y los premios del mundo te desvanecen. Cuando don Alonso te hablaba del hábito pareciome ver brillar en tus ojos una lumbre de infierno. ¿Quién te pudo mudar de esta suerte? ¿Qué hechizo te han echado en el corazón?
Luego de la comida iba a efectuarse en el salón el reparto de premios a los triunfadores en los juegos olímpicos y a las señoritas que se habían presentado con mejores disfraces en la fiesta del paso de la línea. Después de esta ceremonia empezaría el concierto, para el cual venían haciéndose tantos preparativos desde una semana antes.
En cierta farsa o representación alegórica, en el palacio de Alejandro VI, hizo una vez la figura de la Justicia, con la balanza en su fiel, pesando méritos y repartiendo premios según a cada uno le tocaba.
Pronto llegó la época de una nueva exposición rural, y me vine a Buenos-Aires, con tan notables ejemplares lanares y bovinos, que creí seguro esta vez sacar los primeros premios. Olvidaba que había más de un centenar de criadores no menos «seguros» que yo... Mas esto no nos interesa. ¡Lo que sí interesa a mi caso es lo que me ocurrió en el club!
Se trataba ahora de borrar los últimos vestigios de herejía o lo que fuese, congraciándose con la catedral y rogando al señor Obispo que presidiera el solemne reparto de premios aquel año. «Pero ¿quién le ponía el cascabel al gato? Visitación, la del Banco». ¿Quién más a propósito para tales atrevimientos? Por el bien parecer pidió que en su visita le acompañase otra dama de viso.
Estudió en el Ateneo municipal de los Jesuitas y luego en la Universidad de Santo Tomás. A los nueve años hacía versos castellanos. A los 14 los componía en latín. Ha obtenido premios en certámenes. Sin desdeñar lo moderno, venera a los clásicos españoles. Es maravilloso declamador. Ahora actúa como redactor muy distinguido de "La Vanguardia" y profesor de la Universidad de Filipinas.
Desde luego se le declaró la guerra por el elemento religioso y a los pocos meses no había un pobre en todo el Ayuntamiento de Vetusta que quisiera las limosnas, los premios, ni la enseñanza de La Libre Hermandad. Las niñas de las Escuelas Dominicales y los chiquillos del Catecismo, que cantaban por las calles en vez de coplas profanas el Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, y lo de
Llegó por fin el día de la adjudicación de los premios. Mario supo el fallo del jurado con una sorpresa que le dejó clavado al suelo. No estaba comprendido entre los premiados con primera medalla, ni entre los de segunda, ni entre los de tercera. Nada: su nombre no se veía estampado en ninguna parte. Apenas podía creerlo. Leía y releía el papel pensando que estaba ofuscado.
De allí salió a los nueve años para el colegio «San Anacleto», que en aquel entonces dirigía en esta capital el culto educador Rafael Sixto Casado. Y fue en este colegio donde comenzó a sobresalir, siendo el primero en las clases y el ganador de todos los premios; donde comenzó a mostrar que no era aire lo que traía en la cabeza sino pensamiento y acción.
El semanario del partido dedicaba un artículo todos los años a los sobresalientes y premios de honor del «aprovechado hijo de nuestro distinguido jefe don Ramón Brull esperanza de la patria que ya merece el título de futura lumbrera».
Palabra del Dia
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