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Actualizado: 25 de junio de 2025


La biblioteca, la palma, el plátano no existen: ¿cómo al convencernos de que habian desaparecido podiamos dejar de caer en el abatimiento y en la melancolía? Tantas calamidades, nos dijimos, habrán minado esta ciudad hasta por sus cimientos: ¡ay! ¿quién sabe si habrá siquiera vestigios de los pueblos que han venido á chocar y á destruirse en ella?

Me dijo que era inspector del taller de pitillos, y que conocía personalmente a muchísimas operarias, sobre todo de vista. Cuando veo a una mujer en la calle, es difícil que no sepa decir si trabaja o no en la fábrica. En su opinión, lo mejor que podíamos hacer era entrar en los talleres, recorrerlos despacio a ver si distinguía entre las mujeres a la que buscaba.

Pero mamá, podíamos hablarle al tío.

»Me respondió con un simple movimiento de cabeza y yo entonces creía que estaba celoso porque Magdalena, al levantarse del sillón buscó apoyo en mi brazo; pero si así fue pasó aquella impresión con la rapidez del relámpago, pues en el acto nos indicó con una seña que podíamos emprender el paseo. »No nos alejamos mucho.

Como no conocíamos por experiencia el tipo yankee de buena calidad, nuestro amigo improvisado nos parecia por lo ménos muy singular, y aunque no nos ocurrió ningún pensamiento de desconfianza ofensiva, no obstante que sabíamos que en los ferrocarriles, los hoteles y los teatros de Europa es muy fácil dar con insignes caballeros de industria, no podiamos explicarnos la excesiva obsequiosidad de nuestro desconocido amigote, inmerecida de nuestra parte, sino suponiendo en él un carácter excéntrico en notable grado.

Al instante que salió de ella, pidiéronle todos perdon, que concedió francamente. Abreu, con los 50 cristianos que le seguian, se desvió 30 leguas de la plaza, donde no podíamos hacerle daño, y él nos lo hacia desde cualquier parte.

El domingo de Ramos partimos á otro pueblo que estaba á 4 leguas, y en el camino nos avisaron que nos guardásemos de los de Careiseba; y aunque no teniamos necesidad de bastimento, y con el que habia podíamos pasar adelante, no quisieron dos de nuestros compañeros, y se fueron al pueblo contra nuestro consejo: donde apenas entraron, fueron muertos y comidos de los indios.

¿Qué hacen ustedes ahí parados? dijo de allí a un rato para darnos a entender que ya podíamos entrar.

La marcha era lenta, porque no podíamos desprender nuestras miradas de la vegetación soberana que se levantaba, como una sinfonía poderosa, en la falda de la montaña. ¿Qué árboles eran aquellos? ¿Qué nombres llevan en la clasificación de Linneo esas infinitas fibrillas que entrelazan sus troncos, defendiéndolos del sol y conservándoles una atmósfera de eterna fescura? ¿Cómo nombrar esas mil flores, ostentando los colores del iris, que se inclina sobre la senda estrecha y mecen sus racimos sobre la frente del viajero?

El hombre a quien en un tiempo había podido proteger, me había dejado, como prueba de reconocimiento, el secreto del origen de su enorme riqueza, pero tan bien oculto, que ni Mabel ni yo podíamos descifrarlo. ¿Qué va a hacer? me interrogó al fin, después de haber permanecido diez minutos en silencio examinando las cartas. ¿No habrá en Londres algún perito que pueda encontrar la clave?

Palabra del Dia

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