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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Llegaron al fin á una especie de solar grande donde había una miserable casita aislada, rodeada de platanares y palmeras de bonga. Algunos armazones de caña y pedazos de tubos de idem hicieron sospechar á Plácido que se encontraban en casa de algun castillero ó pirotécnico. Simoun tocó á la ventana. Un hombre se asomó. ¡Ah! señor... Y bajó inmediatamente. ¿Está la pólvora? preguntó Simoun.

A Plácido le pareció que le tiraban de las orejas; tenía presente en la memoria la historia de un cabeza de barangay de su pueblo, que por haber firmado un documento que no conocía, estuvo preso meses y meses y por poco fué deportado. Un tío suyo, para grabarle la leccion en la memoria, le había dado un fuerte tiron de orejas.

Plácido, después de cotorrear un poco con Segunda en la puerta de la casa de esta, bajó a la suya, y en la salita, tapizada de carteles de novenas y otras funciones eclesiásticas, estaba Guillermina, en pie, el rosario y el libro de rezos en la mano.

De aquí la envidia que le tenían los otros novicios y especialmente los franceses. Tratábanle con desdén, le hacían mil burlas y hasta le dirigían improperios, que él sufría con resignación evangélica. Por esto le llamaban Plácido. En aquella ocasión la envidia de los otros novicios había llegado a su colmo. Plácido acababa de alcanzar brillante triunfo.

Aún podían ser felices: era un amor reposado y durable lo que él la ofrecía; un amor de otoño, un amor para siempre, sin complicaciones dramáticas, plácido, tranquilo, dulcemente monótono, como las veladas junto al fuego. La mujer rió con una expresión dolorosa.

No acertaba a explicarse aquella compasión que le transformaba tan singularmente la cara, ni aquella mansa ternura de toda su actitud, ni aquellas desconocidas caricias. Pensó, por un momento, que había salido del sueño terrible para entrar en otro, muy plácido, pero igualmente irreal.

Es muy largo, ¿entiendes? se trata de dirigir una contrapeticion, mejor dicho, una protesta. ¿Entiendes? Makaraig y algunos han solicitado que se abra una academia de castellano, lo cual es una verdadera tontería... ¡Bien, bien! chico, luego será, que ya estan empezando, dijo Plácido tratando de escaparse. ¡Pero si vuestro profesor no lee la lista! , , que la lee á veces. ¡Despues, despues!

¡Nego! gritó con más ardor todavía, sintiendo otro tiron de su americana. Juanito ó mejor Plácido que era el que le apuntaba, empleaba sin sospechar la táctica china: no admitir al más inocente estranjero para no ser invadido.

Juanito no pecaba de corto, y al ver a la chica y observar lo linda que era y lo bien calzada que estaba, diéronle ganas de tomarse confianzas con ella. ¿Vive aquí le preguntó el Sr. de Estupiñá? ¿D. Plácido?... en lo más último de arriba contestó la joven, dando algunos pasos hacia fuera. Y Juanito pensó: « sales para que te vea el pie.

Le había acompañado en un viaje y por cierto que Simoun se había mostrado muy amable con él contándole la vida que se lleva en las Universidades de los paises libres: ¡qué diferencia! Plácido le siguió al joyero. ¡Señor Simoun, señor Simoun! dijo. El joyero en aquel momento se disponía á subir en un coche. Así que conoció á Plácido, se detuvo.

Palabra del Dia

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