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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Si no huyes, mi cuerpo te servirá de escudo y me matarán antes de que te maten. Plácido conoció entonces lo peligroso, lo imposible de la defensa. Temió más por la vida de ella que por la suya.

Hay en la vida de estas ciudades viejas algo de plácido y arcaico.

No, yo he meditado bien, pero ahora tengo fiebre... mi razon vacila... es natural... si he hecho el mal es con el fin de hacer el bien y el fin salva los medios... Lo que haré es no esponerme... Y con el cerebro trastornado acostóse y trató de conciliar el sueño. Plácido, á la mañana siguiente, escuchó sumiso y con la sonrisa en los labios el sermon de su madre.

Sus malos compañeros, deseosos de humillarle, y tal vez fiados en que Plácido era pacífico y sufrido, se encararon con él, aunque él se apartaba de ellos con mansedumbre y modestia, y llegaron dos de los más insolentes al último extremo de la injuria. Recordando la obscuridad de su origen, se la echaron en rostro y calificaron a su madre de la más infame manera.

No bien Plácido supo todo esto, el rencor antiguo se convirtió en lástima en su alma generosa, y resolvió ser el campeón de quien tan rudamente le había ofendido, probad su inocencia y librarle de la muerte. En el castillo no había nadie, sino el anciano servidor.

Y la pobre mujer se lamentaba y lloraba; Plácido se ponía más sombrío y de su pecho se escapaban ahogados suspiros. ¿Qué saco con ser abogado? respondía. ¿Qué va á ser de ? continuaba la madre juntando las manos: ¡te van á llamar pilibistiero y serás ahorcado! ¡Yo ya te decía que tuvieses paciencia, que seas humilde!

Plácido la profesaba con no menos entusiasmo que cualquier caballista andaluz, sólo que era de infantería, y además no quitaba la vida a nadie. Su conciencia, envuelta en horrorosas nieblas tocante a lo fiscal, manifestábase pura y luminosa en lo referente a la propiedad privada. Era hombre que antes de guardar un ochavo que no fuese suyo, se habría estado callado un mes.

Sin demora se dispuso Plácido a salir para Oviedo, pero antes el anciano servidor le refirió y encareció lo mucho que doña Aldonza y Elvira habían pensado en él durante su ausencia, y le dijo que habían dejado para él un presente a fin de que le recibiese y se le llevase si por dicha aparecía por el castillo. El anciano fue por el presente y se le entregó a Plácido.

De la pelusa que tiene le van a salir más canas, y se va a poner como un alambre de flaca. ¿Pero qué remedio tiene sino conformarse...? Bastante he penado yo... que pene ahora ella. ¡Ah!, siento pasos. Francamente, no quisiera que me viera nadie, porque empezarán a decir que si salgo o no salgo, y no me gustan refirencias. Me parece que es D. Plácido el que sube.

Cuando nos vimos aquí la última vez, yo me había buscado un refugio plácido dentro de mi dolor. Rezaba por mi hijo en la iglesia, hablaba con él, le describía cómo era el hermano en desgracia que aún tenía en el mundo, pero que tal vez no tardase en ir á buscarle.

Palabra del Dia

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