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Actualizado: 15 de mayo de 2025
El ministro fugitivo de Constantinopla hallábase alojado en el cuarto piso del hotel, en una habitación de doce francos diarios, harto opulenta para quien sólo contaba en el mundo con tres millones de deuda al 15 por 100, y sobrado mezquina para lo que juzgaba indispensable a su decoro el excelentísimo señor don Jacobo Téllez-Ponce Melgarejo, marqués consorte de Sabadell.
La pobre estaba paralítica, no podia agacharse para recoger la limosna, y con este fin me habia voceado. La señorita que arrojó el sueldo miraba desde el balcon de un piso segundo, como para ver el desenlace de aquella pequeña aventura.
¿Con vinagre son los conejos? dijo un soldado , pues gracias á que nosotros somos gentes de buenas tragaderas, pero cuida que lo del vinagre no entre en parte con el vino. Tinto de Valdepeñas voy á traeros, que no lo bebe mejor ni aun tan bueno el papa. Tienes razón, porque el papa lo bebe de otra parte. Pero pasemos adelante. En una habitación del piso alto estaban el alférez Saltillo y Velludo.
Ya le he hablado a usted de mi habitación situada en el último piso, especie de observatorio en el que me había creado, como en Trembles, continuas inteligencias con todo lo que me rodeaba, por medio de la vista o por la costumbre constante de escuchar.
Las paredes y los techos están llenos de pinturas de su historia y religión; y les gustaba el color tanto, que hasta la estera con que cubrían el piso era de hebras decolores diferentes. Los hebreos vivieron como esclavos en el Egipto mucho tiempo, y eran los que mejor sabían hacer ladrillos.
Cuando, mal vestida, se deslizó por la escalera, corriendo á un salón del piso bajo, los domésticos, azorados y trémulos, pretendieron detenerla. Entró, reconociendo inmediatamente la dolorosa cabeza que descansaba sobre las almohadas de un diván. Era él, atrozmente desfigurado, con las mejillas surcadas por el lívido arabesco de las cicatrices...pero era él. De sus ojos sólo quedaba uno.
Los antiguos cuadros de la escuela de Cenceño sin duda, pero al fin venerables como recuerdos de familia, los había mandado al segundo piso, y en su lugar puso alegres acuarelas, mucho torero y mucha manola y algún fraile pícaro; y con escándalo de Bedoya y de Bermúdez hasta había colgado de las paredes cromos un poco verdes y nada artísticos.
Lo que faltaba de escalera no dio tiempo a más suposiciones. Estaba en el descansillo del piso tercero, ante una puerta de cuarterones, groseramente pintada de azul. El cordel de la campanilla, de puro mugriento, parecía negro. «¡Cosa más rara!»
Para subir al único piso de la casa, hay que ascender por una escalera que fue en algún tiempo de madera, y que mi padre la reemplazó por la actual, que es de piedra groseramente labrada. En el piso se encuentran hasta diez piezas casi sin muebles que dan a unos corredores oscuros.
En otra galería del mismo pasaje, nos dimos de cara con otro rótulo que promete tres platos fuertes, vino de Burdeos y sorbete al fin, todo por tres francos. Subimos al piso principal; al entrar nos dieron una contraseña, y á poco se presenta un garçon con frac negro y corbata blanca.
Palabra del Dia
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