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Juan, he sufrido mucho por causa tuya... he envejecido veinte años lo menos... Estoy débil y enferma... ten piedad de ... no me toques... no quiero volver a entrar en la casa de tu hermano manchada con una falta. Gertrudis ¿has venido aquí para torturarme?

Es aquí donde el Libertador lanzó el decreto de Trujillo, la guerra a muerte, sin piedad, sin cuartel, sin ley. Leer esa historia es un vértigo; cada batalla, en que brilla la lanza de Páez, de Piar, Cedeño y mil otros, es un canto de Homero; cada entrada de ciudad es una página de Moisés.

Tenía éste un escritorio de comisiones en la calle Piedad, en una casa vieja que parecía iba a derrumbarse de vergüenza al ver, a sus lados y a su frente, edificios nuevos y lujosos, y de mostrar su fachada desconchada y sus ventanas del año 10 en barrio tan concurrido.

Antes mendigar por los caminos, antes devorarse los dedos que mercar, por unas viles monedas, aquellas imágenes, que él siempre conservaría, para que auspiciaran su porvenir y le recordasen, en cada ocasión, de cerca o de lejos, ejemplos de piedad y de honra.

«No basta ser bueno decía para gobernar una diócesis. Ni los poetas sirven para ministros, ni los místicos para Obispos». Esta opinión era la más corriente entre el clero del Obispado. Los señores de la junta carlista creían lo mismo. ¡Jamás habían podido contar para nada con el Obispo! ¿Qué resultaba de aquella excesiva piedad?

Me tiraré carruaje abajo y me romperé la cabeza contra una piedra antes que ir contigo. ¡Piedad, Dios mío! exclama Martín. ¿Qué han hecho de ti? Juan se pasea a lo largo, y hace sonar a su paso las tapaderas de los frascos de cerveza. ¡Acabemos! dice al fin, deteniéndose. ¿Qué quieres de para venir a encerrarme de este modo?

Cuando rechazasteis brutalmente al duque al pediros mi mano, yo me postré a los pies del emperador, rogándole que tuviese piedad de los infelices enamorados y que suavizase con su poder divino vuestra crueldad. EL CONDE. ¡, con su poder divino! ¡Muy bien dicho! ELSA. Y entonces el emperador, tomándome bajo su protección, os dirigió una orden en la que me llamaba su hija.

Sucumbiría en la empresa con la seguridad de no haberse equivocado; y como los oprimidos infunden compasión y los engañados risa, quería más ser objeto de piedad que de ridículo .

¿Usted la ha visto?... ¡Infeliz muchacha!... Le he rogado que vaya conmigo a Malta y no quiere. Y hace bien. ¡Pobre santita! Cuando la vi, más que su hermosura que es mucha, más que su talento que es grande, me cautivó su piedad... Todos decían que era perfecta, todos decían que merecía ser venerada en los altares... Esto me inflamaba más.

9 Con mi alma te deseo en la noche, y entre tanto que me dure el espíritu en medio de , madrugaré a buscarte; porque desde que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia. 10 Alcanzará piedad el impío, [y] no aprenderá justicia; en tierra de rectitud hará iniquidad, y no mirará a la majestad del SE