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Actualizado: 8 de noviembre de 2025
Abandonada, sola y pobremente vestida, encontrábase con su marido y la otra, radiante de sedas y pedrería. Imaginose a sí propia, muriendo tísica a causa de sus pesares, pero bella aún en su ruina y fascinando con sus postreras miradas al director de El Alud y al coronel Roberto, que la contemplaban con efusiva pasión... ¿Mas, dónde estaba, en tanto, el coronel Roberto? ¿Por qué no venía?
La leyenda que en el siglo XV tenía trastornadas las cabezas de grandes y pequeños, de pobres y ricos, era una reminiscencia de la fábula de las Hespérides, un Eldorado, tierra del oro, colocada en las Indias y que se sospechaba ser el paraíso terrenal, subsistente en este mundo de pesares. Sólo faltaba encontrarlo.
Ahí quedaban: la tumba de mi padre, las tradiciones de familia, la ceniza del hogar, las dulces memorias, los caprichos y los locos amores de la juventud, los amigos, la fortuna, la libertad, el aire, el cielo, los mil rumores vagos y confusos, y todo ese adorable conjunto de impresiones y sueños, de pesares y recuerdos, de infortunios y dichas, que se llama la Patria!... Todo eso quedaba atras, como sepultado en un panteon cuya portada era Honda! ¿Y adelante?... Lo vago y desconocido, lo infinito y maravilloso; eso que el corazón acaricia en sus sueños de esperanza, y que la duda cubre con sus sombras cuando el viajero se dice: ¡quién sabe!
Por mucho que tú me digas, mi imaginación de seguro ha ido todavía más allá. Hace ya tiempo que vivo resignado. Sé que no puedo esperar otra cosa que ser tu amigo; pero, al menos, eso quiero serlo de verdad, quiero que no tengas otro mejor en el mundo... Cuéntame tus pesares, hija mía, que aunque yo no pueda hacer nada por aliviarlos, el pecho se desahoga y no roen tanto allá dentro.
Siempre se dejan pesares... aunque no sea más que el de los sueños no realizados. Los sueños son humo y no valen un pesar... Todo lo contrario... Hay sueños deslumbradores... tan inaccesibles, por desgracia, como el Himalaya... Eso se los lleva uno consigo... Para perderlos por el camino.
Salvador, incapaz de contener por más tiempo en su corazón la marejada viva de sus tormentos amorosos, se los había confiado a la anciana Rita, en una buena hora de alivio y descanso, llevado a la intimidad, blandamente, por el afecto y confianza que le inspiraba la excelente mujer, y por el agobio violento de su carga de pesares.
Los únicos días felices fueron algunos que pasó en el convento de Vergara, cuando había estrechado amistad con Maximina. El cariño ciego, mejor dicho, la adoración extática de aquella niña, la había consolado de bastantes pesares. «¡Dios perdone a quien me separó de ella!»
Cada año os haré una fiesta Por señal de mi alegría. ¡Oh bien sufrido tormento! ¡Oh bien lograda esperanza, Bien fundada confianza, Bien nacido pensamiento! Alegres pesares míos, Discreta y justa porfía, Cuerda y famosa osadía, Venturosos desvaríos.
Es algunas veces difícil, aun a las personas cuya existencia ha sido amplificada por la instrucción, el mantener con firmeza sus opiniones sobre la vida, su fe en lo invisible, y el sentimiento que realmente les causaran las alegrías y los pesares del pasado, cuando son bruscamente trasladados a otro país.
Necesitaba, como otras veces, confiar sus pesares a la jardinera, con esa benevolencia instintiva que impulsa a los grandes a franquearse con los humildes. Tú no sabes, Tomasa, lo que esos hombres me hacen sufrir. Quiero dominarlos porque soy el amo, porque me deben obediencia con arreglo a la disciplina, sin la cual no habría Iglesia ni religión, y se me resisten y me desobedecen.
Palabra del Dia
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