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Actualizado: 9 de junio de 2025
En el centro de la cámara humeaba un colosal barreñón de loza, lleno de agua templada, y estrechamente abrazados y en cueros, el chiquillo sosteniendo en brazos a la niña, estaban Perucho y la heredera de Ulloa en el baño. Nucha, en cuclillas, vigilaba el grupo.
Estas cosas no son para criaturas. ¡Bah! intervino Primitivo . ¿Piensa que el rapaz no puede con lo que tiene dentro? ¡Con eso y con otro tanto! Y si no verá. A su vez tomó en brazos al niño y, mojando en agua fresca los dedos, se los pasó por las sienes. Perucho abrió los párpados y miró alrededor con asombro, y su cara se sonroseó.
Es su ahijado, su ahijado se apresuró a declarar Julián, que desearía ponerle al chico un tapón en aquella boca risueña, de carnosos labios cupidinescos. No pudiendo hacerlo intentó sacar la conversación de terreno tan peligroso. ¿Para qué querías tú los huevos? Dilo y te doy otros dos cuartos, anda. Los vendo declaró Perucho concisamente. Con que los vendes, ¿eh?
Una risa entre picaresca y celestial alegraba tan linda obra de la naturaleza. Nucha le plantó un beso en cada carrillo. ¡Qué monada! ¡Dios lo bendiga! ¿Cómo te llamas, pequeño? Perucho contestó el pilluelo con sumo desenfado. ¡El nombre de mi marido! exclamó la señorita con viveza . ¿Apostemos a que es su ahijado? ¿Eh?
Ni los pollos nuevos cuando rompían el cascarón, ni los cachorros de la Linda, ni los recentales de la vaca, consiguieron nunca fijar así las miradas atónitas de Perucho. No podía él darse cuenta de cómo ni por dónde había venido tan gran novedad; sobre este tema, se perdía en reflexiones.
En el corazón de la tierna heredera de los Ulloas tenía el capellán, desde hacía algún tiempo, un rival completamente feliz y victorioso: Perucho. Le bastó presentarse para triunfar. Entró un día en la punta de los pies, y sin ser sentido fue arrimándose a la cuna.
El primer recuerdo que Perucho conserva es que, al salir de la capilla, quedóse muy triste arrimado a la puerta, porque aquel día el capellán no le había dado cosa alguna.
Y metiendo en la mano del niño la moneda de cobre y entre sus labios la botella destapada y terciada aún de vino, la inclinó, la mantuvo así hasta que todo el licor pasó al estómago de Perucho.
Perucho se quedó algunos instantes suspenso y confuso; él afirma que al poco rato volvió a embargar su ánimo el deseo de los cuartos ofrecidos, que ya ascendían a la respetable suma de cuatro.
Porque es de advertir que Perucho tenía bastante de caco, y con la mayor frescura se apropiaba huevos, fruta, y, en general, cuantos objetos codiciaba; pero, con respeto supersticioso de aldeano, que sólo juzga propiedad ajena el dinero, jamás había tocado a una moneda.
Palabra del Dia
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