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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Modesto principio, que podía llegar a proporcionarle el dinero suficiente para pagar el adelanto en el obraje, y volverse en el mismo vapor a Posadas a derrochar un nuevo anticipo. Perdió; perdió los demás cigarros, perdió cinco pesos, el poncho, el collar de su mujer, sus propias botas, y su 44.
Tienes razón, María..., no te comprendo... Mi padre fue un hombre honrado, y tampoco te comprendería... Mi abuelo fue un militar que perdió la vida defendiendo a su patria, y tampoco te comprendería... Pero mi padre y mi abuelo se ofenderían, como yo me ofendo, de que alguno les recordase que debían guardar los secretos que se les confiaba.
Convinieron el precio y firmaron un documento. Pero el comprador no compraba por su cuenta, sino por cuenta de un señor a quien, quince días antes, le había oído decir que quería brea. Y este señor resultó ser precisamente mi amigo, el cual, siendo vendedor de sí propio, no pudo robarse gran cosa y sólo perdió la comisión.
Consiguió con dificultad subirse sobre un tobillo, pero al avanzar lentamente y titubeando por la arista huesosa de la pantorrilla, perdió pie, cayendo de cabeza en la arena. Gillespie tuvo lástima de él y extendió una mano para tomarlo con los dedos, subiéndole hasta la altura de su pecho.
Y temiendo un segundo fustazo después de tales palabras, hizo dar vuelta á su caballo, huyendo en una carrera frenética que no se detuvo hasta el Arco de Triunfo. Después de este incidente, doña Mercedes perdió toda esperanza de que su hija fuese una Lubimoff.
Yegua ordinaria, sabrosa jaca, dice el proverbio de los chalanes. Ah! este señorito sabe el negocio. Eh! tiempo perdio! Y me volvió la espalda con soberana indiferencia, seguro deque no habría negocio. El Gitano es así.
Embebióse más en la puerta, y desenvainó su puñal. Cosme, hijo, síguelos dijo una voz muy conocida del tío Manolillo ; yo me quedo aquí; abajo en la plaza están los otros; quitadle lo que lleve, y que no se diga que os ponen miedo esos fanfarrones de los coletos encarnados. Alejáronse los pasos, y se perdió la voz á lo largo de los estrechos corredores.
Le pareció oir gritos en alemán, trotes de caballos, un rumor lejano de redobles y silbidos semejante al que producían los batallones invasores con sus pífanos y sus tambores planos... Luego perdió por completo, la sensación de lo que le rodeaba.
Subió a los desvanes, pasó por el sitio a que él y los de su pandilla nombraban chupatorium por ser el escondrijo donde fumaban, y al fin se encontró solo. Los rugidos de la plebe sonaban lejos abajo. Rodriguín, al sentirse en salvo, perdió súbitamente las milagrosas fuerzas que le habían hecho volar, y cayó sin sentido.
Y si el italiano no perdió de vista todavía la tierra española, ya es como si viviésemos en plena república; no estará proclamada, pero ¿qué más da? Todo el mundo cuenta con ella de un instante a otro.
Palabra del Dia
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