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Actualizado: 5 de julio de 2025
A la samaritana se le aguaron los ojos, y pensó en lo que sería ella convertida de chica en señora, la imaginación limpia de aquella maleza que la perdía, la conciencia hecha de nuevo, el entendimiento iluminado por mil cosas bonitas que aprendería.
Su ahijado se lo imaginaba á todas horas con una corona de laurel en las sienes, lo mismo que aquellos poetas misteriosos y ciegos cuyos retratos y bustos ornaban la biblioteca. Veía perfectamente su cabeza limpia de tal adorno, pero la realidad perdía todo valor ante la firmeza de sus concepciones. Su padrino debía llevar corona cuando él no estaba presente.
Después de comer reanudamos la partida, que fue prolongándose y prolongándose hasta las diez de la mañana del día siguiente... Yo quería seguir jugando aún; pero mis compañeros se rehusaron porque se caían de sueño, y me prometieron el desquite para cuando lo pidiese... Porque yo perdía... ¿Cuánto?
Por lo demás, el tío Gorico no perdía nunca la razón; lo que lograba era envolver aquella luz del cielo en una gasa tenue, en un fanal primoroso, que le hacía ver las cosas del mundo exterior y todo lo interno de su alma y los tesoros de su memoria como al través de un vidrio mágico.
Karl era partidario de la guerra; era de los que la consideraban como el estado perfecto del hombre, y la había preparado con sus provocaciones. Estaba bien que la guerra devorase á sus hijos: no debía llorarlos. ¡Pero él, que había amado siempre la paz! ¡él, que sólo tenía un hijo, uno solo... y lo perdía para siempre!...
Calla, tonta, mi mujer se vuelve loca por todos los niños del universo, sean de quien fueren. Y al supuesto Juanín, bastara que le tuviera por mío, para que le adorara. Ella es así; si no tienes tú idea de lo buena que es. ¡Pues si pariera...! Santo Cristo, no quiero pensarlo. De seguro perdía el juicio, y nos lo hacía perder a todos. Querría a mi hijo más que a mí y más que al mundo entero.
La vida sin lectura de revistas, sin conocer lo que se pensaba en Europa, le parecía intolerable. Perdía las noches enteras en la redacción, y rara vez cogía una pluma. Al principio, le habían encargado que redactase sucesos, que inflase telegramas. El director se interesaba por él: deseaba incluirle en la plantilla de la casa y que gozase de un sueldo igual al de un guardia de Consumos.
Está usted desmejorado le decía Somoza. Cuidado repetía Visitación. Y él mismo notaba que su rostro perdía la lozana apariencia que había recobrado en aquellos meses de buena vida, de ejercicio y abstinencia que él, prudentemente, había observado antes de dar el ataque decisivo a la fortaleza de la Regenta.
Entre tanto, lejos de desalentarse en su empresa, cada día buscaba con mayor empeño ese instante, ese fortuito choque, y no perdía ocasión de arrimarse a los privilegiados para hombrearse con ellos y meter la cuchara en sus conversaciones.
Los imprudentes, persiguiendo a la res, se han olvidado de hacer señales en los árboles, y Dios sabe dónde estarán ahora. No pueden estar muy lejos, tío dijo Hans . El babirussa perdía sangre y no habrá podido correr mucho. De seguro volverán. Pero la selva es inmensa, Hans, y muy fácil extraviarse en ella. Van-Horn es un marino, y tú sabes que los hombres de mar saben orientarse muy bien.
Palabra del Dia
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