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Actualizado: 16 de octubre de 2025


Aquí dejar agora yo no puedo De decir, y tocar muy brevemente Una maldad diabólica, y enredo Que el demonio fragó entre aquella gente Indiana; que en pensarlo solo quedo Confuso, y agenado de mi mente: Que una carta á los ingleses escribieron, Y en ella estas razones le dijeron.

Allí estaba muy mal: podía morir abandonada durante una ausencia suya, lo mismo que morían los irracionales, y él estremecíase sólo al pensarlo. ¡No, no!... Y gesticulaba enérgicamente, como si la viese ya en su imaginación muriendo durante la noche, sin otro socorro que los gritos y las carreras del amante, enloquecido por la desgracia.

»Ítem, suplico a los dichos señores mis albaceas que si la buena suerte les trujere a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe, porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos.

Sobre todo, al hacerse viejo, no sólo experimentó la frialdad de sus antiguos amigos, de aquellos que le habían dado pruebas inequívocas de cariño, sino, lo que es aún más triste, encontrose, sin pensarlo, sirviendo de blanco a las chufletas e invectivas de los mozalbetes de la nueva generación. Fue el hazmerreír de estos procaces jóvenes.

Y aunque usted me honra mucho con su inclinación, necesito pensarlo...» Muy bien, hijita, muy bien dicho. ¡ Si eres más viva!... ¿Y él, qué dijo ante esa filigrana de respuesta? Dijo que él no lo había pensado; que... ¡Claro! ¡qué va a pensar él!... Que yo le había gustado «por mi elegancia y por mi belleza» y que no necesitaba pensar más. ¿Y cómo terminó la escena?

A lo que el mozallón me respondió primero con una sonrisilla algo truhanesca, y después con estas palabras, dichas con el mayor sosiego: Pues me he risueltu... a que no. ¿Después de pensarlo bien? le pregunté. ¡Vaya! me contestó echando un poco atrás la cabeza y metiendo las puntas de sus manos en los bolsillos del pantalón.

Infiero yo de aquí que nuestro dominio en Cuba no es cuestión de utilidad, ni de honra, ni de integridad de la Patria. ¿Pero significa esto que sea poco importante la conservación de Cuba? Tan lejos estoy de pensarlo, que creo dicha conservación importantísima. El que la conservemos es para nosotros cuestión de categoría, de elevación, de rango entre las naciones de Europa.

El jinete vio al chico, y entre bromas y veras, sacudió el siniestro brazo, y con el látigo, quizás sin pensarlo, le cruzó la cara, diciéndole: «Granujilla...». Entró Mariano en el cuarto en que el tal estaba y sin saludarle le dijo: «Vengo a por aquello. ¡Ah!, que listo andas. Agradece que lo hay. Toma, roío niño». Sacó tres duros del bolsillo y sin mirarle se los arrojó sobre la mesa.

Lo que yo condeno es el delirio. Concedería que Clara tomase el velo aun cuando no le tomase después de pensarlo reflexivamente; aun cuando lo tomase por un rapto fervoroso de devoción; pero lo que no concedo, lo que no consiento es que le tome en un arrebato de desesperación. Sería un suicidio abominable y sacrilego.

Y entonces, cual si vinieran del otro mundo, acompañadas del viento que gemía en la puerta y sollozaba en la ventana, se oyeron estas palabras, que los labios de misia Casilda pronunciaron gravemente: ¡Padre mío! ¡tía de mi alma, perdón!... El papel cayó al suelo, y el padre y la tía, como hipnotizados, no se movieron... De pronto, la señora dió un grito y se arrojó sobre don Pablo, enloquecida... Correr a la calle, a la policía y dar parte; quizá se estaba en tiempo aún, quizá podía evitarse la horrible desgracia. ¡Quilito muerto! no, ni pensarlo: ¡Dios no sería tan cruel, la santísima Virgen de Luján no lo permitiría!

Palabra del Dia

mármor

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