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El predicado está tambien contenido en la idea del sujeto, pero la limitacion de nuestra inteligencia hace que ó estas ideas sean incompletas, o no las veamos en toda su extension, ó no distingamos bien lo que en las mismas pensamos ya de un modo confuso; y de aquí dimana el que no sea suficiente entender el significado de las palabras para ver desde luego contenido el predicado en la idea del sujeto.

Somos tan torpes, que al ver una oveja no pensamos que en ella están nuestros gabanes. ¿Y quién ha de decir que las chambras y enaguas han salido de un árbol? ¡Toma, el algodón! ¿Pues y los tintes? El carmín ha sido un bichito, y el negro una naranja agria, y los verdes y azules carbón de piedra.

Aquí pensamos y sentimos; todas esas figuras caen á un mismo tiempo sobre nuestra cabeza y nuestro corazon.

Kant aclara su idea con los ejemplos siguientes. «Cuando digo todos los cuerpos son extensos, este es un juicio analítico, pues no necesito salir del concepto de cuerpo para encontrarle unida la extension; me basta descomponerle, es decir, que es suficiente el tener conciencia de la diversidad que pensamos siempre en este concepto, para encontrar en él el predicado de que se trata.

Contienen ideas sobre las causas y los efectos, sobre la razón de todo lo que pensamos y el modo como lo pensamos, y enseñan la esencia de todas las cosas. La Nela parecía no comprender ni una sola palabra de lo que su amigo decía; pero atendía profundamente abriendo la boca.

Bueno y santo es ser humilde, no rebajar á nadie para realzarse á si propio, y reconocer nuestra condición miserable y pecadora, sobre todo cuando pensamos en Dios y en sus perfecciones infinitas, y cuando, encendidas ya en amor de Dios nuestras almas, volvemos los ojos hacia las criaturas que son obra de Dios y á quienes por amor de

Pensamos y no comprendemos lo que es el pensamiento; bullen en nuestro espíritu las ideas, é ignoramos lo que es una idea; nuestra cabeza es un magnífico teatro donde se representa el universo con todo su esplendor, variedad y hermosura; donde una fuerza incomprensible crea á nuestro capricho mundos fantásticos, ora bellos, ora sublimes, ora extravagantes, y no sabemos lo que es la imaginacion, ni lo que son aquellas prodigiosas escenas, ni como aparecen ó desaparecen.

Hemos venido a molestar, señor. ¡No, señor!... ¿y por mucho tiempo? Es verdad pensamos pasar aquí una temporada. Dos o tres meses agregó Ricardo. ¿Tanto tiempo? Vendrán por algún quehacer. ¡No, don Casiano! dijo Melchor, ¿sabe por qué vienen?... míreles las caras... ¡vienen a curarse!... En verdad, que no parecen muy enfermos. Son bromas de Melchor, señor dijo Ricardo.

Si suponemos otra línea finita dada, en la cual pensamos representar la diferencia, deberemos superponerla á la infinita desde el punto en que acaba la otra finita, y es evidente que se acabará en otro punto determinado por la longitud de la misma, luego no agotará la diferencia entre la línea infinita, y la finita. El mismo resultado se encuentra con expresiones algebráicas.

Cuando pensamos en el obelisco de la plaza de la Concordia, naturalmente se nos presentan las fuentes, y estatuas y surtidores, y el palacio de las Tullerías, y el Templo de la Madalena, y los Campos Elíseos, y el Palacio de la Cámara de los Diputados: pero está en nuestras manos cambiar la escena, y sin mas que querer, trasladamos el obelisco en medio de la plaza de Oriente, y estamos mirando qué efecto produce allí: hasta que satisfechos de la operacion le colocamos otra vez en su puesto ó no pensamos mas en él.