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Actualizado: 9 de junio de 2025


Largas filas de tiendas, brillantes de oropel y colorines, desplegaban á la vista racimos de pelotas, de máscaras ensartadas por los ojos, juguetes de hoja de lata, trenes, carritos, caballitos mecánicos, coches, vapores con sus diminutas calderas, vagillas de porcelana liliputienses, belencitos de pino, muñecas estrangeras y del país, rubias y risueñas aquellas, serias y pensativas estas como pequeñitas señoras al lado de niñas gigantescas.

En los aristocráticos lapasan, se bailan habaneras y rigodones, se cantan trozos de ... cualquier cosa, y se bebe vino de Europa en vaso: mientras que en los lapasan tradicionales, en los puros tagalos, se empina coquillo, se baila cumintang, se canta cutang-cutang, se bebe en tabo, se come lechón, y por todo mantel está el verde césped, por todo tenedor los cinco dedos, y por todo pan sendas pelotas de morisqueta.

Desde la puerta, el primer golpe de vista era singular: aquellos hombres, medio desnudos, color de tabaco, y rebotando como pelotas, semejaban indios cumpliendo alguna ceremonia o rito de sus extraños cultos. A Amparo no se le ocurrió este símil, pero gritó: Jesús.... Parecen monos.

Para , que estuve aquí hace dos meses en misión sportiva, solo presenta un cambio: que todos mis amigos, los "igorrotes", á quienes encontré en mi viaje anterior armados de bates y pelotas, pasean ahora por las calles, con camisa azul y pantalón de kaki, llevando el fusil al hombro... Los bates han desaparecido; las pelotas no.

Unos se desplomaron como sacos medio vacíos; otros rebotaron en el suelo lo mismo que pelotas; algunos dieron un salto de gimnasta, con los brazos en alto, cayendo de espaldas ó de bruces, en una actitud de nadador.

Ellos suben y bajan por las cuerdas, y se van enroscando hasta que la cuerda está a la mitad, y luego se dejan caer. Echan la cuerda a volar, lo mismo que un columpio, y se sujetan de una mano, de los dientes, de un pie, de la rodilla. Rebotan contra el palo, como si fueran pelotas. Se gritan unos a otros y se abrazan.

La verdad es que llegué a la puerta, adonde estaban jugando hasta una docena de diablos a la pelota, todos en calzas y en jubón, con valonas guarnecidas con puntas de randas flamencas, y con unas vueltas de lo mismo, que les servían de puños, con cuatro dedos de brazo de fuera, porque pareciesen las manos más largas, en las cuales tenían unas palas de fuego; y lo que más me admiró fue que les servían, en lugar de pelotas, libros, al parecer, llenos de viento y de borra, cosa maravillosa y nueva; pero esto no me admiró tanto como el ver que, siendo natural de los jugadores el alegrarse los gananciosos y entristecerse los que pierden, allí en aquel juego todos gruñían, todos regañaban y todos se maldecían.

Doña Celestina había conocido a la hija del quincallero, en su juventud, cuando las dos eran solteras, y parece que se desarrolló entre ellas una gran antipatía. Para doña Celestina, la sangre del quincallero suizo me ha perdido; el bazar, con sus aros y sus pelotas de goma, ha perturbado la marcha del severo barco con sus velas y sus anclas.

Y con gran calma iba repartiendo las manos de periódicos, exigiendo a cada uno el producto de la venta del día antes, llevando de memoria las intrincadas partidas de su contabilidad, apreciando al tanteo la exactitud de las cantidades en calderilla, sonando las pesetas contra el asfalto con tal ímpetu, que volvían de un rebote a sus manos como si fuesen pelotas.

Palabra del Dia

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