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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Tiene razón Pablo. ¡Siempre has de aguar todas las fiestas!... ¡Jesús qué criatura!... Lo que es el hombre que te lleve, algún pecado gordo tiene que purgar. En aquel momento apareció en la puerta de la estancia Gonzalo, quien se dobló como un arco para dar la mano a su futura suegra, a Ventura y a Cecilia. Esta se puso seria.

Soy impura, pero no es mi sangre, son mis lágrimas las que deben limpiar las impurezas de mi pecado. Hago mal en temer la vejez, la fealdad y las enfermedades que han de sobrevenirme. Hago mal en temer el abandono y el aislamiento en que voy a encontrarme y el desprecio con que me mirarán cuantos seres humanos me rodeen.

Acaeció que un día llegó a su casa un mancebo muy gallardo a hacerle visita de parte de una prima suya, y al instante logró el demonio que se prendase de él perdidamente. Fue su pasión tan loca y miserable, que al cabo de algún tiempo de relaciones consintió en un pecado de impureza ofendiendo a Dios gravemente.

Bendito sea Dios, querido Cacambo, dixo, que de tamaño peligro he librado esas dos pobres criaturas: si cometí un pecado en matar á un inquisidor y á un jesuita, ya he satisfecho á Dios, librando de la muerte á dos muchachas, que acaso son señoritas de circunstancias; y esta aventura no puede ménos de grangearnos mucho provecho en el pais.

Es cierto que se hacía culpable del pecado de desobediencia, pero Dios sabía por qué lo hacía y había de perdonarla, en razón de sus buenas intenciones. Susana tomó la carta. Lo que Quilito decía, ya se adivina.

Las mujeres clamoreaban alzando al cielo sus manos; los hombres gruñían; la Sanguijuelera misma salió de su tienda a buen paso, medio muerta de terror y vergüenza, y por todas partes no se oía sino: «Pecado, Pecado». La Arganzuela se llenó de gente.

Al levantar los ojos para pedir perdón por su horrible pecado, hallose frente a frente con la figura del campanero, que, cinco o seis escalones más arriba, esperaba impasible, sosteniendo en la mano encendido candil. ¿Qué tiempo hacía que estaba allí? Ramiro le miró naturalmente y comenzó a descender, en la sombra, palpando los muros, sin pronunciar vocablo.

27 Entonces [el] Faraón envió a llamar a Moisés y a Aarón, y les dijo: He pecado esta vez; el SE

9 Y dijo: Si ahora, Señor, he hallado gracia en tus ojos, vaya ahora el Señor en medio de nosotros; porque este es pueblo de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y poséenos.

Es indudable: aun prescindiendo de la virtud sagrada del sacramento, la confesión es un manantial de consuelos; es, cuando menos, un alivio. Confesar a alguien nuestra pena, nuestra humillación o nuestro pecado, es compartirlo todo con él. Pero ¿a qué semejante mío podría yo confesarme?

Palabra del Dia

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