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Á mi vez suplico yo también á V. que no entremos en cuestiones inútiles. Yo no he venido aquí á discretear ni á filosofar. Yo no discreteo ni filósofo. Digo lo que es cierto. El pecado no fué un acaso; no fué algo independiente de nuestro libre albedrío.

El notario se volvió todo mieles; se sentó de soslayo en una silla para dar a entender al cura que estaba allí como en su casa; hablaba con el lenguaje más familiar posible, sin pecar de irreverente; se permitía bromitas y estuvo a punto de declarar que el pecado de solicitación no era de los más feos y que se podría echar tierra fácilmente al asunto.

29 Y el octavo día tomará consigo dos tórtolas, o dos palominos, y los traerá al sacerdote, a la puerta del tabernáculo del testimonio; 30 y el sacerdote hará del uno ofrenda por el pecado, y del otro holocausto; y la reconcilará el sacerdote delante del SE

17 No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; ingenuamente reprenderás a tu prójimo, y no consentirás sobre el pecado. 18 No te vengarás, ni guardarás [rencor] a los hijos de tu pueblo; mas amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo [soy] el SE

Lee todavía con delirio a los escritores ardientes, y en las novelas simpatiza sin vacilar con las heroínas culpables; pero generalmente rehuye la sola suposición de una relación ilícita en la vida misma. Para esta resignada y piadosa criatura, el pecado es un fantasma sombrío que la asusta. Es preciso que concurran circunstancias singularmente favorables para que de pronto lo arrostre.

¡Calle usted! murmuró suplicante. Me da vergüenza oír hablar de aquellos tiempos. ¿Por qué? replicó Delaberge, extrañado de una tan extremosa castidad. En nuestra edad, señora, ya no hay peligro alguno... Y además, si cometimos en otros tiempos el error de ser demasiado jóvenes, fue aquello un pecado del que ya no queda hoy el menor rastro.

Quien desee convencerse de ello lea unos cuantos libros de aquellos grandes escritores místicos que para hacer codiciable la gloria y posible la salvación, presentaban no sólo la belleza, sino aun la mera forma corporal, como cebo y acicate del pecado.

Invoca, desesperada, la ayuda del Demonio, y consigue de él, vendiéndole su alma, que la saque de la cárcel. Las exhortaciones del apóstol San Bartolomé, que llega allí poco después y convierte al cristianismo á parte de sus habitantes, hacen en ella tal impresión, que, conociendo su pecado, se aflige primero sobremanera, y pierde después el juicio.

Leviathán cae en tierra sin aliento, cegado por el resplandor del divino adalid; el alma recobra la libertad, y el vencedor edifica otro puente junto al primero que se dirigía á la servidumbre del pecado, para que el linaje humano pueda subir á la gloria. El heredero del cielo.

8 Comen del pecado de mi pueblo, y en su maldad levantan su alma. 9 Tal será el pueblo como el sacerdote; y visitaré sobre él sus caminos, y le pagaré conforme a sus obras. 10 Y comerán, mas no se hartarán; fornicarán, mas no se aumentarán, porque dejaron de atender al SE