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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Yo le compraré a él muchas velas afirmó Jacinta . ¿Verdad, hijo, que tú quieres velas? Lo que él quería principalmente era que le llenaran la barriga, porque volvió a dar aquellos bostezos que partían el alma. «A comer, a comer» dijo Benigna, convocando a toda la tropa menuda. Y los llevó por delante como un hato de pavos.
Cuando la prójima le vio entrar aquel día con el sombrero echado hacia atrás, los ojos chispeantes, los movimientos ágiles, comprendió que las noticias eran buenas. «Con estos alegrones dijo él abrazándola , se rejuvenece uno. Chulita, otro abrazo, otro. Vengo de hablar con la mismísima doña Lupe la de los Pavos». Fortunata se asustó sólo de oír el nombre de su tía política.
Eran dos prestamistas del antiguo barrio judío de Santa Escolástica. El uno, joven, con el cabello tuzado sobre la frente, facciones infantiles y enorme corpachón de verdugo. El otro, anciano, ojillos vinosos, nariz avarienta, y la piel del pescuezo cárdena y granulosa como el colodrillo de los pavos.
Trájole un día una manada de pavos, tan al vivo hechos, que no les faltaba más que graznar; otro día sacó de sus bolsillos la mitad de la Sacra Familia, y al siguiente á San José con el pesebre y portal de Belén.
Los pavos grandecitos se ponen las corbatas rojas y la monterilla, y se van al campo en manadas, sin juntarse con nadie más que con los de la familia, porque estos fatuos son muy linajudos, y andan á compás, gravemente, pronunciando palabrotas huecas y aun echando unos discursazos, como los de ciertos oradores, llenos de apóstrofes y epifonemas, pero sin pizca de sentido.
Se decía que los hombres son siempre así, hágase lo que se haga, y ante sus ojos las personas del sexo fuerte eran criaturas que al cielo le había placido hacerlas naturalmente fastidiosas, como los gansos y los pavos. Aquella mujer buena y caritativa no podía dejar de sentirse fuertemente atraída por Silas Marner, ahora que lo veía bajo un aspecto de una persona que sufre.
Porque así podríamos perder el tren y desistir de este viaje, para nosotros estéril y para ti penoso. ¡No sean pavos! Subo a saludar a la familia y despedirme, Lorenzo; bajo en seguida. Están en el balcón; nosotros ya nos despedimos.
Estuvo si se las lía, si no se las lía... Por ti pregunté a la Feliciana una tarde que fui a enseñarle los mantones de Manila que yo estaba corriendo, y me dijo que te ibas a casar con un boticario... ya, el sobrino de doña Lupe la de los Pavos... ¡Ah!, chica, si esa tal doña Lupe es lo que más conozco... Pregúntale por mí.
Todo este inmenso, variado y pintoresco personal de guacamayos, cananeos, obispos, perejiles y pavos discurría por la calle Ancha y plaza de San Antonio, llamada entonces <i>Golfo de las damas</i>, en las horas que dejaba libres el servicio, menos penoso y arriesgado allí que en Zaragoza.
Traspasados de dolor padre y madre, quisieron engañarla, para que tuviese una alegría en aquel instante de suprema aflicción, y presentándole los pavos, le dijeron: «Mira, hija de mi alma, aquí tienes la mulita y el bueyecito.» Pero Celinina, aun acabándose, tuvo suficiente claridad en su entendimiento para ver que los pavos no eran otra cosa que pavos, y los rechazó con agraciado gesto.
Palabra del Dia
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