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Y Azorín ha contestado: Yo imagino, Sarrió, que usted ya se regodea con las pechugas de esos patos. Y esos patos son de un buen hombre que es obispo. Este hombre, además de ser obispo, es un poco sabio y un poco artista, y en los ratos que le dejan libre sus cuidados se asoma al río y va echando migajas a los patos. San Bernardo era también amigo de los animalillos que Dios cría.

Temo que las mujeres de la Central me oigan y se rían. Pues ya que se empeña usted, ya que lo pide con tanto fervor, no hay más remedio. Lo diré, aunque me oigan. Repetiré lo que ya le dije tres o cuatro veces, cuando echábamos migajitas de pan a los patos y peces del estanque del Retiro: para usted las migajitas de mi corazón, que será todo suyo, si con amor me paga. Mucha precipitación es esa.

Tenían que pasar primaveras, veranos e inviernos en aquella cárcel flotante, siempre a la vista de un mar gris, de unos pantanos llenos de fango, sin más comunicación con el mundo exterior que el ruido de las olas y el grito áspero de las gaviotas y de los patos salvajes.

Hallamos árboles grandes de sauces secos que habian traido las corrientes del rio: en tierra hallamos plantas como las del puerto de San José, apio, llanten y otras: patos, chorlitos, perdices é infinitos lobos, de admirable tamaño.

En esta laguna hay un gran número de patos de varios géneros y colores; algunos tan grandes como gansos. Vense á un lado de ella colinas, y al otro una orilla alta y quebrada: por una punta le entra un pequeño rio, que sale de las montañas, y no teniendo canal por donde vaciarse, corre bajo de tierra, hasta que á la distancia de una legua entre la laguna, y la costa vuelve á salir.

No soy cobarde; pero al mirar desde la borda aquella agua espumosa y gris, al pensar que era indispensable lanzarse a ella, me daba el vértigo y se me encogía el corazón. En esto, un sábado, pocos días después de Reyes, Allen vio en la costa, a gran distancia, con un catalejo de uno de los pontoneros, un botecillo atado a una punta, sin duda dejado por algún cazador de patos salvajes.

¡Vaya, vaya! refunfuña, que si yo tuviera aquí un rifle, un miserable rifle, os cazaba como a patos en una laguna; no quedaría uno de vosotros para un remedio, grandísimos pillos. Con qué gusto cargaría el arma, apuntaría al más pintado y ¡zas! lo echaría a rodar hecho polvo.

Nada más divertido que descubrir bajo el polvo de veinte siglos jardinillos semejantes a los de los Inválidos, con su surtidor microscópico, los pequeños patos de mármol y la estatuíta de Apolo en el centro. He ahí el dominio de un ciudadano romano que vivía de sus rentas en el año 79 de la Era cristiana. La alegría champañesa del doctor se recreaba dulcemente en medio de aquellos curiosos restos.

Su caridad se extendía hasta los animales. Desde la edad de veinticuatro años, en que la chacha Ramoncica se quedó huérfana y vivía en casa propia, sola, le hacían compañía media docena de gatos, dos ó tres perros y un grajo, que poseía varias habilidades. Tenía asimismo Ramoncica un palomar lleno de palomos, y un corral poblado de pavos, patos, gallinas y conejos.

Es que halago un sueño, decía yo. Y el sueño, o Amparo, se hacían más persistentes en mi pensamiento. Por entonces, mi tío el duque de... me llamó al pueblo, a donde, cansado como yo de todo, se había retirado. Fui y vi con asombro, que mi tío había tenido la fortuna de lograr crearse una familia sui generis con sus perros, sus patos, sus conejos y sus gallinas.