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Aunque desde ya podía asegurarse que los que pagarían el pato, si el rumor se confirmaba, serían los justos, los de conciencia, los que de buena fe se hubieran embarcado en la nave negrera del compadre de Su Excelencia.

Porque entusiasmadillas con la llegada de su hermano, habían dejado de hacer no qué cosa encomendada a sus tiernas manos. ¡Pobres pimpollitos! La dignidad impedía a mi señora Condesa castigar al primogénito delante de la novia y del suegro, y era forzoso que pagaran el pato las dos niñas desheredadas.

La buena y plácida señora de Dumais no puede creer a sus ojos ni a su oído desde hace veintitrés años que Francisca está en el mundo. Conserva el asombro de una gallina que ha empollado un huevo de pato creyendo empollar uno de su raza. No es posible volver jamás de esas sorpresas... Pobre señora Dumais. 7 de octubre.

Si cruzaba con su mujer algunas palabras malsonantes, si castigaba con más o menos severidad a sus hijos, si andaba apurado de dinero, si salía por la noche a picos pardos, si se le atragantaban las ces en medio de dicción, diciendo reto y pato, en vez de recto y pacto, si comía con los dedos o se sonaba con ruido.

La sola fecha de las cartas bastó para tranquilizarle por completo, y este fiel amigo tomó entonces a su cargo acortar las distancias y echar a la mar pelillos, repitiendo al oído de uno y otro cónyuge la frase del pato de la fábula: Paz, caballeros, paz.

Nombres propios casi ninguno: el grosero materialismo, el asqueroso sensualismo, los cerdos de los establos de Epicuro y otras colectividades así hacían el gasto; pero nada de Strauss ni de las luchas exegéticas de Tubinga y Götinga: amigo, esto quedaba para el Magistral, con no poca envidia de Glocester. Voltaire, y a veces el extraviado filósofo ginebrino, pagaban el pato.

Lorenzo y Ricardo volvieron a subir al coche-restaurant, en el que el mozo se ocupaba en poner en orden la mesa, cuyo mantel había sido arrastrado en parte por Melchor al levantarse. ¿Alguna otra cosa, señores?... Vamos a esperar al compañero. ¡Conforme! respondió el mozo, dirigiéndose hacia el pequeño mostrador del fondo, con movimientos idénticos a los de un pato que camina ligero.

Adelantóse Zamora Y sugetando la rienda Pidió parte en la contienda Con altanera atencion. Todos á una voz gritaron «Que entre Zamora y Obando». Y entonces el pato tomando Zamora con él salió. Picaron todos de espuelas Galopando á rienda suelta Queriendo tomar la vuelta Del ginete vencedor; Mas en vano corren, vuelan, Gritan, pegan, forcejean, Y resudan, y espolean, Y le siguen con furor.

Butrón, sin embargo, no cayó en la cuenta, y con el majestuoso continente que las circunstancias requerían, arrastró con suavidad a Currita al próximo gabinete. Sudaba como un pato, y la camisa no le llegaba al cuerpo, temiendo alguna nueva trapisonda de la ilustre condesa, que viniera a desacreditar sus manejos diplomáticos.

El pato se utiliza, no sólo por su carne, sino por los huevos que, cocidos, son uno de los manjares que mas agradan al indio; los vende en las galleras, pintados de colores, donde hacen gran consumo de ellos. Las aves de rapiña son muy numerosas. Aguilas. Las hay de muy extraordinaria magnitud, de color grís, y las alas y cola muy obscuras. El lauing, parecido al águila, de gran tamaño y fuerza.