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Muchos de aquellos hombres habían estado en Jerez muy contadas veces, desconocían las calles y seguían a sus conductores con la docilidad de un rebaño, pensando con inquietud en el modo de salir de allí si les obligaban a escapar. La avalancha negra y muda avanzaba con sordo tropel de pasos que conmovía el piso. Cerrábanse las puertas de las casas, apagábanse las luces en las ventanas.

Los destinos de ese pedazo de tierra maravillosamente dotado, constituyen hoy uno de los problemas más graves de la América. Antigua provincia del virreinato del Río de la Plata, el pueblo oriental tiene la misma sangre, las mismas tradiciones, el mismo idioma, que el que a su lado marcha al progreso a pasos de gigante.

Delante de la puerta, Teresa volvió á hacerme jurar que no pensaba nada malo de ella, y que al día siguiente á las dos en punto de la tarde, me presentaría debajo de sus balcones. Cuidado que no faltes. No faltaré, preciosa. ¿Á las dos en punto? Á las dos en punto. Llama ahora con un golpe á la puerta. Cogí la aldaba y di un golpe fuerte. Al poco rato se oyeron los pasos del portero.

Hablaban de sus verónicas en El Garrobo, de sus navarras de Lora, o de una terrible cogida en El Pedroso, imitando los aires y actitudes de los verdaderos profesionales que a pocos pasos de ellos consolaban su falta de contratas con toda clase de petulancias y mentiras. Cierta vez, la señora Angustias estuvo más de una semana sin saber de su hijo.

Pero no necesitó adelantarse el escudero, porque los dos hombres siguieron andando y pronto llegaron á pocos pasos del barón. El que llevaba el crucifijo se dejó caer entonces sobre la hierba y el otro enarboló enseguida la pesada maza, con tal expresión de furor y odio que en verdad parecía llegada la última hora del caído. ¡Teneos! gritó el barón. ¿Quién sois y qué os ha hecho ese infeliz?

A Mochi se le antojó de repente volverse a contaduría, donde había dejado algún dinero, y como no se fiaba de la cerradura... «Id andando», dijo, y echó a correr. La posada de la Gorgheggi y de Mochi, que era la misma, estaba lejos; había que seguir a lo largo todo el paseo de los Álamos para llegar a la tal fonda. Serafina y Bonifacio echaron a andar. A los tres pasos, en la sombra de una torre, ella se cogió del brazo de su amigo sin decir palabra.

Poco a poco, de un modo insidioso y solapado, tendiéndome sus redes en silencio y asegurando sus pasos con cautela, fue penetrando en mi corazón el temor del reumatismo. En el espacio que media entre la calle del Arenal y la del Carmen, casi se enseñoreó de él por completo.

Sólo se oyó entonces, a largos intervalos, el ruido del vapor condensado que caía de la bóveda en la fuente produciendo un chapoteo extraño. Aquel silencio duró cerca de dos horas. La media noche se aproximaba cuando, de improviso, un ruido lejano de pasos, mezclado con clamores discordantes, se oyó en la ladera. Berbel prestó atención y pudo convencerse de que eran gritos humanos.

¡Si no es para hacerte daño, mujer! profirió él deteniéndose. Sólo quiero decirte dos palabras al oído... dos palabras solamente. Pues yo no quiero oirlas... ¡No te acerques! Plutón avanzó algunos pasos y ella retrocedió otros tantos blandiendo en su mano derecha la hoz. En cuanto te las diga me marcho manifestó él sonriendo diabólicamente. ¡No te acerques! exclamó de nuevo retrocediendo.

Quiso hacerlo con más energía, y como estaba tan nervioso, tiró tanto que la campana atronó la casa. Lázaro se asustó, creyendo que Elías iba á salir hecho una furia, clamando contra el que así alborotaba. Largo rato pasó sin que nadie abriera; pero al fin distinguió alguna claridad al través del ventanillo; sintió pasos; una mano descorría la tabla, abrióse el agujero y aparecieron dos ojos.