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Actualizado: 13 de julio de 2025


En vez de una hija, han sido dos... y, la verdad, la señorita Julia es de mejor índole, más cariñosa y dulce. ¡Eso un ciego lo ve! Hace tres años comenzó D. Javier a seguirlas por todas partes: a teatros, conciertos, paseos... en fin, lo que hace un enamorado. ¿De quién? De la señorita Julia.

Piensa fingirse enferma y Lisardo médico, y éste ha de ordenarle beber agua ferruginosa de Madrid, y en sus paseos por la mañana para visitar la fuente, encontrarán ocasiones favorables de verse y de hablar.

¡Oh! ¡! Yo que si quisiera podría vivir cómodamente, vestir hermosas telas, concurrir a los teatros y a los paseos. , porque la señora Adela me lo ha dicho, que un hombre muy rico está enamorado de . Lo tanto, como que me he visto maltratada muchas veces porque me he negado... a ser feliz, como dice la señora Adela. ¡Oh! ¡Tan joven y ya conoces el mundo!

Comenzó don Juan a dar paseos por el cuarto, y cada vez que llegaba hasta la puerta de la escalera, aguzaba el oído, esforzándose en distinguir y diferenciar los pasos de las gentes que subían... Los peldaños crujen... ¡no es ella!; debe de ser una mujer muy gorda; luego un chico que baja de estampía; después la pausada y ruidosa ascensión del... De pronto sonó un campanillazo; tornó de puntillas hasta la puerta, descorrió con gran tiento el ventanillo, y por una rendija imperceptible, conteniendo la respiración, miró.

A todo esto, doña Juana y su hija Julieta, luciendo cada día un traje nuevo en paseos y espectáculos, no pasaban de ser, en espectáculos y paseos, dos señoras más, muy bien vestidas, lo cual halagaba poco la vanidad de la ex tabernera, que aspiraba a mayores triunfos.

Es más: siento á veces la satisfacción del que disfruta gratis las cosas; y cuando contemplo los paseos hermosos, cuando asisto á los conciertos y á las óperas y gozo la dulce paz de una ciudad en la que no hay miseria ni revolucionarios desesperados, me digo: «Esto lo pagan los jugadores y yo lo disfruto. Ellos pierden para que yo viva bien

El P. Fernandez hizo una pausa y continuó sus paseos con la cabeza baja, mirando al suelo. Usted puede sentarse si gusta, continuó; yo tengo la costumbre de hablar andando porque así se me vienen mejor las ideas. Isagani siguió de pié, con la cabeza alta, esperando que el catedrático abordase el asunto.

Lo único que la entristecía era su grandeza en el carácter del marido. ¡Pobre don Melchor! La riqueza purgábala como un delito, y su vida de rentista ocioso y de acompañante en paseos y ceremonias resultábale un infierno.

Vamos, esto no se puede sufrir. ¡Decir que le hemos envenenado el chocolate...! ¡Gusto a arsénico!... clavado... ¡pero tan clavado...! Levantose en actitud de desesperación y volvió a la inquietud delirante de sus paseos... «Tendré que dejarme morir de hambre... es horrible... Mi casa llena de enemigos. Las personas que más me querían antes, ahora desean mi muerte».

¿Qué te pasa? ¿qué es lo que tienes? Tristán se encogió de hombros sin responder, dio unos cuantos paseos por la estancia y al cabo como si hablara consigo mismo, más que dirigiéndose a su mujer: Nada, que jamás, ¡jamás! puede uno convencerse de todas veras de que los desengaños y sinsabores particulares de cada uno no son una excepción, y que la tristeza es la ley general de la vida.

Palabra del Dia

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