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Actualizado: 2 de junio de 2025


González de la Riva, acostumbrado a las transacciones de la política y a los cabildeos del salón de conferencias del Congreso, quiso desde luego arreglar pacíficamente el asunto y empleó para ello aquella facundia persuasiva que todo el mundo le reconocía. Sus frases aliñadas, todas sus habilidades parlamentarias se estrellaron contra la resuelta y arrogante decisión de los padrinos de Aldama.

La muchacha, a cada nueva conquista hecha por su inteligencia en el conocimiento de las cosas parlamentarias, más sorpresa mostraba, y no distraía su atención del Congreso sino para hacerme preguntas tan originales a veces, y a veces tan inocentes, que me era muy difícil contestarle.

Comíale el prurito de la solemnidad y de las grandes frases, y más de una vez le arrastraron sus obsesiones parlamentarias al extremo de replicar a su mujer en un diálogo prosaico sobre temas de cocina, con un «¡Su señoría se equivocaque, por lo campanudo y resonante, hubieran envidiado los más famosos adalides del Congreso.

Señores oyentes o lectores, estas orejas mías oyeron el primer discurso que se pronunció en asambleas españolas en el siglo XIX. Aún retumba en mi entendimiento aquel preludio, aquella voz inicial de nuestras glorias parlamentarias, emitida por un clérigo sencillo y apacible, de ánimo sereno, talento claro, continente humilde y simpático.

Poseía la erudición de los chascarrillos políticos, y manejaba el caudal de frases parlamentarias con pasmosa facilidad. Bajo este follaje se escondía un árido descreimiento, el ateísmo de los principios y la fe de los hechos consumados, achaque muy común en los que se han criado a los pechos de la política española, gobernada por el acaso.

Las fracciones parlamentarias, perfectamente organizadas, tienen sus espadas como sus soldados en lugares adecuados, los unos más cerca, los otros más alejados del medio. El primero con quien tropezaba al entrar por la puerta de la derecha era... M. Paul de Cassagnac. El primero con quien se encontraba uno al entrar por la puerta de la izquierda era el gran orador M. Clemenceau.

El mariscal O'Donnell, jefe del gobierno, se ponia furioso cuando le contradecian los oradores de la oposicion, sin saberse sujetar á las buenas reglas parlamentarias. Es que; bajo todas las latitudes, los hombres de sable se creen siempre en el cuartel, cualquiera que sea su posicion.

Tenía el sentimiento precoz de las fórmulas parlamentarias, no conocidas aún en el mundo, y decía gravemente: Señora Eva, permítame su señoría una pequeña interpelación: ¿puedo tomar un poquito de pan? La madre apelaba á su auxilio cada vez que tenía necesidad de mantener tranquila á la numerosa prole, mientras se consagraba á la confección de sus trajes.

Pero antes de adoptar ningún plan definitivo decidí acostarme con el fin de que el sueño amansase mi furor, teniendo por bueno aquel proverbio que dice que «la noche es buena consejera». Y así debe ser en efecto, porque al otro día me levanté completamente tranquilo; aquellos planes sanguinarios de la víspera, se habían trocado en resoluciones mucho más parlamentarias, y yo me resolví a aguardar la noche para llamar a su puerta, y una vez que me abriese arrojarme a sus pies, y repetirle verbalmente lo que ya le había dicho en mi carta.

La mayoría de los políticos no consideran colmada su ambición al llegar a ministros. Ser ministro no es, en realidad, ser nada. Un ministro está a merced del poder moderador, a merced de la Prensa, a merced de las oposiciones parlamentarias, a merced de todo el mundo. En cambió, un ex ministro no está a merced de nadie. Las carteras pasan y las cesantías quedan.

Palabra del Dia

rigoleto

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