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Actualizado: 20 de julio de 2025


»He aquí mi mayor ambición de hoy; ambición que acaricio años ha, y que tus noticias y tu presencia han venido á provocar hasta el extremo de hacerme tomar una resolución invariable. Ahora bien: mientras olvido mis hábitos de mundo, mientras me aclimato á ese paraíso de tus valles, necesito tu compañía, un rincón en tu casa y un puesto en tu mesa; pero sin que en tu sistema de vida hagas la menor alteración, sin que mi presencia aumente un solo manjar á tus comidas. Con estas condiciones aceptaría tu hospitalidad. Para regalarme con el veneno de nuestras cocinas y con la vida muelle de estos gabinetes, me quedaría en la corte.

Hay algunas tribus que ya no son salvajes, por su frecuente trato con nuestros compatriotas, que visitan el puerto de Deorj para adquirir conchas de tortuga, trépang, aves del paraíso, nidos de golondrinas, etcétera; pero los demás no tienen buena fama y algunos del interior son antropófagos. No ha mejorado, pues, nuestra situación. Tenemos nuestros fusiles y sabremos defendernos.

Usted debe tomar una casa para y su hermano, ponerse en otro pie de vida, no escatimar ciertas comodidades, en fin... ¿Quiere usted que yo me encargue de buscarle casa, de proporcionarle muebles, modista...?». Joaquín la miró. ¡Qué guapa era! Isidora le oía como si oyera una descripción del Paraíso a quien realmente ha estado en él.

La isla Española es el Ofir de Salomón con sus áureas minas; un gran río forzosamente debe venir del Paraíso; una montaña es una pera, centro del mundo, y en el pezón está la cuna del género humano; la costa de Veragua es el Áurea de donde sacó el rey David tres mil quintales de oro, dejándolos en testamento a su hijo.

Alejo la contemplaba todos los días, y por un singular efecto de imaginación, estaba viéndola después toda la noche, despierto y en sueños: si escribía, en el fondo del tintero; si meditaba, revoloteando como espectro de mariposa alrededor de la macilenta luz que hacía veces de astro en el paraíso del estudiante.

Allí quedaba, silencioso, tranquilo, el que había sido su paraíso en la tierra. Jamás, jamás volvería a entrar en él. ¡Cuánta felicidad deshecha en un instante! Tomó la maleta que había dejado caer al suelo y emprendió de nuevo la carrera. Los sollozos le rompían el pecho, las lágrimas le cegaban. Así marchaba aquel hombre al través de la noche desierta en busca de Dios.

Jacinta les hubiera echado, abriendo todas las ventanas y sacudiéndoles con una servilleta, como se hace con las moscas. Cuando su marido y ella se quedaron solos, parecíale la casa un paraíso; pero sus ansiedades eran tan grandes que no podía saborear el dulce aislamiento. ¡Solos en la alcoba! Al fin...

Como esos pájaros cambian de plumaje una y aún dos veces al año, los indígenas recogen con gran cuidado esas plumas, y, las arman, con gran habilidad, en los cuerpos de cualquiera otra ave parecida a la del paraíso.

A los diez o los once van al convento; allí sabe Dios lo que les pasa; ellas no lo pueden decir, porque las cartas que escriben las dictan las monjas y están siempre cortadas por el mismo patrón, según el cual, «aquello es el Paraíso». A los quince años vuelven a casa; no traen voluntad; esta facultad del alma, o lo que sea, les queda en el convento como un trasto inútil.

Algunos creían que esta isla fantasma era el lugar del Paraíso terrenal donde viven en bienaventuranza eterna Elías y Enoch... La santa poesía se aprovecha siempre de las ficciones populares, y por esto el Tasso, al encantar al caballero Rinaldo en los mágicos jardines de Armida, los coloca en una isla de las Canarias, recordando sin duda la tradición de la de San Borombón.

Palabra del Dia

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