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Actualizado: 17 de junio de 2025
15 Vienen, pues, a Jerusalén; y entrando Jesús en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el Templo; y trastornó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; 16 y no consentía que alguien llevase vaso por el Templo. 17 Y les enseñaba diciendo: ¿No está escrito que mi Casa, Casa de oración será llamada por todas las naciones?
Las palomas salieron del sopor en que habían dormitado, lanzándose en dos bandadas a combatir con las rachas, como dos escuadrillas que evolucionaran en un mar agitado, para regresar al puerto en línea, de combate por rumbos contrarios.
La vida común con sus horas de hastío, de descuido, de pereza pública se refleja en las posturas de esas palomas, en sus pasos cortos, en el sacudir de las alas. Hay parejas que se juntan por costumbre, por deber, pero se aburren como si cada cual estuviese en el desierto.
Por esto debe ser puesto entre lo más precioso que han hablado nuestros personajes, y reproducido con integridad para que sea edificación de nuestros lectores, como lo fue de Doña Hermenegilda, que tuvo el honor de hallarse presente en aquel palique. Una tarde, después de comer, hicieron ambos elogios muy ardientes de un exquisito guisado de palomas silvestres que les puso Doña Hermenegilda.
Esta criatura, blanca y silenciosa como un copo de nieve, que poseía la fragancia de los lirios, la inocencia de las palomas, la dulzura melancólica de una noche de luna, esparcía sobre su alma, atormentada por el remordimiento, un bálsamo que la refrescaba deliciosamente. ¡Cuántas veces, teniéndola entre sus brazos, se preguntaba sorprendido cómo un ser tan inocente, tan puro, tan divino, pudiera ser hijo del pecado!
No deseo más que oir otra vez aquello de las palomas, que me ha hecho mucha gracia. ¡Yo no lo he escrito! exclamó con angustia el hijo del Perinolo. ¿De veras no lo has escrito, guapo?... ¡Pues para cuando lo escribas! Y descargó una bofetada en la pálida mejilla del redactor. ¡Sosiéguese usted, don Benigno! exclamó el desdichado retrocediendo, y extendiendo hacia adelante las manos.
Casi todos los días salía a luz una gacetilla que se titulaba, por ejemplo: ¡Esas palomas! o ¡Fuego en ellas! y en una ocasión el mismísimo don Saturnino Bermúdez escribió su gacetilla correspondiente que se llamaba a secas: Meretrices, y acababa diciendo: «de la impúdica scortum».
Y diciendo esto sepultó un panecillo, y el otro, otro. Pues ¿las mujeres? Ya daban cuenta de un pan, y el que más comía era el cura, con el mirar sólo. Sentáronse los rufianes con medio cabrito asado y dos lonjas de tocino y un par de palomas cocidas, y dijeron: -Pues padre, ¿ahí se está? Llegue y alcance, que mi señor don Diego nos hace merced a todos.
El único rumor que fácilmente se percibió era una bullanga de alas vivamente agitadas, cual si todas las palomas del mundo estuvieran entrando y saliendo en la sala mortuoria y rozaran con sus plumas el techo y las paredes. Celinina se puso en pie, extendió los brazos hacia arriba, y al punto le nacieron unas alitas cortas y blancas. Batiendo con ellas el aire, levantó el vuelo y desapareció.
Se veían aún algunas huellas: trozos de pan de sagú, cenizas, una pequeña choza medio caída, plumas de palomas, pero nada más. ¡Nada! ¡Ni un papel que nos indique el camino que han seguido! exclamó Van-Horn con desesperación.
Palabra del Dia
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