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Actualizado: 5 de septiembre de 2025


Los dos clérigos le saludaron muy cortésmente y Glocester dando un paso hacia él, le acarició con una palmadita familiar sobre el hombro. La envidia se lo comía, pero Glocester no era hombre que gastase menos disimulo. O era diplomático o no lo era. El Magistral se contentó con escupirle para sus adentros.

¡Oh sabio don Timoteo! ¿Quién me diera a hacer una mala oda para echarme a dormir sobre el colchón de mis laureles; para hablar de mis afanes literarios, de mis persecuciones y de las intrigas y revueltas de los tiempos; para hacer ascos de la literatura; para recibir a las gentes sentado; para no devolver visitas; para vestir mal; para no tener que leer; para decir del alumno de las musas que más haga: «es un mancebo de dotes muy recomendables, es mozo que promete»; para mirarle a la cara con aire de protección y darle alguna suave palmadita en la mejilla, como para comunicarle por medio del contacto mi saber; para pensar que el que hace versos, o sabe dónde han de ponerse las comas, y cuál palabra se halla en Cervantes y cuál no, la llegado al summum del saber humano; para llorar sobre los adelantos de las ciencias útiles; para tener orgullo y amor propio; para hablar pedantesco y ahuecado; para vivir en contradicción con los usos sociales; para ser, en fin, ridículo en sociedad sin parecérselo a nadie?

La anciana se levantaba para ir a sus quehaceres, y al pasar detrás de nosotros se detenía y nos acariciaba; a , estrechando mi frente entre sus manos; a ella, dándole una palmadita en cada mejilla. Un campanillazo solía poner término a nuestra conversación. Era que tía Carmen llamaba. ¿Dónde está mi Angelina? ¿Qué hace mi Angelina que no viene? Entonces iba yo a saludar a la enferma.

Acercó después el comerciante una silla con ademán misterioso, y sentándose frente al joven y mirándole entre risueño y avergonzado, dijo, dándole al propio tiempo una palmadita en el muslo: Vamos a ver, Gonzalito: ¿qué te parece de la cuestión del matadero? ¿El matadero? preguntó aquél abriendo unos ojos como puños.

Y como don Alvaro ni por esas se desengañase y se atreviese un día a dar a la muchacha una palmadita en la cara, ella le dijo mirándole de arriba abajo con desprecio y enojo: Las manos quietas, señor don Alvaro. Conténtese usted con tocar el violón, y a no me toque. ¡Pues no faltaría más! ¿Será menester que me queje yo a doña Inés de la insolencia de usted?

En todo caso, eso no es un motivo de risa respondíle bruscamente. Vamos, vamos, no nos enojemos. Y el cura aplicándome una palmadita en la mejilla, abrevió mi lección, me dijo que vendría al día siguiente y dirigiose a confiscar la llave de la biblioteca, que yo ignoraba conociese.

El notario, después de declamar aquellos dos versos de una comedia de aficionados, muchas veces representada en el pueblo porque era de hombres solos, dio una palmadita en el vientre a Reyes; y de pronto se quedó muy serio, muy serio, sin decir palabra, como dando a entender: «Soy todo oídos; basta de chistes; aquí tiene usted al representante de la fe pública, o al prestamista sin entrañas, lo que usted quiera».

¡Quita allá, zalamera! repuso él dándole una palmadita afectuosa en la cara y apartándose. No entres todavía respondió ella tirándole de la manga de la chaqueta. ¿Va á ser todo ahora? ¡Deja algo para luego! Y con una leve sacudida se zafó, empujó la puerta y entró en el pequeño compartimento.

Palabra del Dia

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