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Actualizado: 9 de junio de 2025
Creyendo ver en Maltrana el mismo gesto de duda de los empleados del buque, se apresuró a añadir: Yo he sido un roble, don Isidro. Reumatismos nada más, según decía el médico de mi pueblo, por haber dormido al raso en el campo muchas noches. Pero fuera de esto... nada. Lo juro por mi nombre: Pachín Muiños.
¡Son habanas; éstas se lavan y pa mí: u sin lavarlas! dijo sonriendo Pachín. Entonces pa tí, pa mezclar. ¿Y tú, que has pescao? Mira. El Guarro vació entonces todo el contenido del talego, y sobre las losas de la acera quedaron desparramados cien objetos imposibles de definir.
Al cabo logró dominarse y resolvió en su interior vigilar a su hermana y saber de cierto si eran quimeras o realidades lo que pensaba. Al efecto, no perdió de vista a Pachín. Observó que el día mismo que Gonzalo había de dormir en Sarrió, fué a este punto con una comisión de Ventura, aunque él no era el encargado de hacer la compra. Cuando llegó quiso ver lo que traía.
En cambio, estaba esplendorosamente vestida con telas de vivos colores, que formaban triste contraste con su rostro marchito, minado por la enfermedad. Los únicos convidados eran Alvaro Peña y don Rufo. Pachín, el buen Pachín, vestido de máscara, abrió la puerta y dijo con voz sonora que Ventura le había ensayado: La señora está servida.
Venía éste de la enfermería de ver a Pachín Muiños, el emigrante que preguntaba a todas horas cuándo llegaba el buque a Buenos Aires. Hombre perdido dijo el de la comisaría . El médico lo ha desahuciado; pero él sigue entre la vida y la muerte, y cuando habla, es para preguntar siempre lo mismo: «¡Buenos Aires!... ¿Cuándo llegamos a Buenos Aires?».
Volvió a oír allí los lamentos: unos ayes histéricos de mujer llorosa, alaridos de muchachos, semejantes al aullar de perrillos abandonados. La familia de Pachín gritaba frente a la puerta de la enfermería, defendida por un marinero impasible.
Tiene las prendas con que se cubre, destrozadas y llenas de remiendos, la gorra reluciente de mugre, las manos guarnecidas por escamas de roña, los ojos legañosos y el bigote quemado de apurar colillas; todo él es seboso y hediondo. Sus compañeros le llaman Pachín el Guarro.
Figúresele que era Pachín, el criado, y le acometió la sospecha de que él era el traidor que abría la puerta al Duque. Después de la noche aquella en que halló a su cuñada con éste, se había dedicado a averiguar quién era el que dentro de casa le protegía, sin lograr nada. En quien menos podía sospechar era en un criado tan antiguo como Pachín.
Cuatro marineros sacaban de la enfermería un cajón de madera blanca cepillada recientemente. Sus brazos desnudos lo sostenían con visible esfuerzo. El pobre Pachín menudo en vida y debilitado por la enfermedad, pesaba mucho en la muerte. A lo grueso del cajón había que añadir varios lingotes de hierro depositados por el carpintero junto a su cuerpo.
Palabra del Dia
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