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La casta antigua le llamó mago, por ejemplo; el mago inglés se llama cañon, pólvora, buque, lord, renta, capital; pero de cualquier modo es la antigua casta, el mago persa ó el brahman indio. Esto caerá, como cayó aquello, reproduciendo las sublimes palabras de Víctor Hugo.

Como de lo que se trataba en primer lugar era de procurarse pólvora, Catalina Lefèvre había puesto naturalmente los ojos en Marcos Divès, el contrabandista, y en su virtuosa esposa Hexe-Baizel.

Esta noche determinó el Capitan comandante, que fuese uno á reconocer la distancia que habia al Rio de Tarija, y las playas del nuestro de Jujuy; y ofreciéndome yo á esta empresa, y pidiéndole me diese alguna regalia para gratificar los indios que encontrase, respondiome: no traia mas que pólvora y balas.

El modo de cargar las piezas con pólvora á granel introducida con cuchara, se indica en la siguiente Cédula real, que recomienda la sustitución en las Indias de la artillería de hierro forjado por la de bronce . «El Rey. Comendador mayor, nuestro veedor general de la nuestra Artillería.

Bonis, en la visita a las fábricas, no sacó nada en limpio más que el miedo invencible, que le tuvo ocupado el ánimo todo el tiempo que permanecieron cerca de la pólvora. La idea de volar, mucho más verosímil allí que a una legua lejos, no le dejó un momento. En cuanto a la fábrica vieja, la de productos químicos así, vagamente, en general , no le pareció tan en los últimos como creía.

Baltasar no le había buscado para confidente; Borrén se ofreció, y es más, atizó el incendio, echó leña a la hoguera con sus frases de pólvora y dinamita.

Aunque Isidora no iba sola, era demasiado guapa y D. José demasiado humilde para que la joven dejase de oír una y otra vez algunas fórmulas equívocas del requiebro de las calles, nacido de la mala educación y de la falta de respeto a las mujeres. «Vámonos a casa dijo Relimpio algo amostazado . Yo no me puedo contener. Soy una pólvora. no conoces mi genio. Pues bien, me estás comprometiendo.

¿Y no le cogieron? Saltó al río; nadie ha podido verle. Unos dicen que era español, otros que chino, otros, indio... Se cree que con esa lámpara, repuso Chichoy, se iba á encender toda la casa, la pólvora... Momoy volvió á estremecerse, pero habiendo visto que Sensia se había apercibido de su miedo, quiso arreglarlo. ¡Qué lástima! exclamó haciendo un esfuerzo; ¡qué mal ha hecho el ladron!

Los indios de México tenían, cuando vinieron los españoles, esa misma danza del palo. Tenían juegos muy lindos los indios de México. Eran hombres muy finos y trabajadores, y no conocían la pólvora y las balas como los soldados del español Cortés, pero su ciudad era como de plata, y la plata misma la labraban como un encaje, con tanta delicadeza como en la mejor joyería.

Juan Claudio volvió la esquina y entró en la casa; todos los demás le siguieron. Duchêne acababa de echar al fuego un haz de leña. Aquellos rostros ennegrecidos por la pólvora, animados aún por el ardor del combate, aquellos hombres, con los vestidos desgarrados por los bayonetazos, algunos de los cuales sangraban al salir de las tinieblas a la viva luz, ofrecían el más extraño espectáculo.