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Anzuátegui, Torres, Iribarren, Rangel, Briceño Mendez, Plaza y el jefe de Estado Mayor Soublette fueron sus vocales, y todos aprobaron el proyecto con el mayor entusiasmo. Al momento se despachó un emisario á Paez, que estaba en Guasdualito, y otros fueron con instrucciones y órdenes á los demás generales que habia en Venezuela.

Al cabo llegó Páez a ser el más ferviente partidario de la religión de sus mayores. «Indudablemente, decía, la Metrópoli debe ser religiosa». Y se hizo religioso; daba todo el dinero que se le pedía para el culto, y si muchas veces al disparatar lo hacía en menoscabo del dogma, siempre estaba dispuesto a retractarse y a cambiar aquel dislate por otro inofensivo.

¡Ay, mi señor don Marcelo, qué a oscuras ha vivido una en estos andurriales, sin saber pizca de las pompas con que se regalan en el mundo las gentes poderosas! ¡Mire que tienen demontres estas hermosuras tan relumbrantes que nunca se soñaron aquí! ¿Qué te paez, hija mía? Padre, ¿qué le paez? ¡Mire que campa de veras!... ¡Vaya, vaya!

Ronzal, de la comisión que recibía a las señoras, se apresuró, en cuanto asomaron los de Quintanar en el vestíbulo, a ofrecer a la Regenta su brazo. ¿Cuál? «el derecho, sin duda el derecho pensó». Grande fue su pena al notar que Paco Vegallana ofrecía a Olvido Páez que entraba al mismo tiempo, no el brazo derecho, sino el izquierdo.

Aguarda, que a puros palos Le haré que el camino tome A reñir a su mujer Los celos que se le antojen. NARV. Páez, no salga ninguno, Si no es que el moro responde Que no está contento desto. PÁEZ. Suplícote me perdones, Que le he de quitar la vida. ORTU

Di que nada, ¡cuartajo! si te paez. ¡Los hijos de un sobrino carnal de mi madre!... ¡Pues digo!... ni un galgo le alcanza ya... De todas maneras, si usted no quiere... ¿Yo?... ¡A buena parte vas con el reparo!... ¡Vaya que me gusta!... No, no, lo que es por ... Además, no se trata de eso sólo, que debe verse de pasada... ¿Jacia ónde?

Ronzal, que no podía sentarse, porque no tenía dónde, pensaba que aquello era una corruptela, y era verdad. La de Páez y la del barón apenas se tenían en pie; se dejaban caer sobre su silla respectiva, como si cada figura del rigodón fuera un viaje alrededor del mundo.

Veamos si con esta pena o miedo Su desvergüenza se sosiega un poco, Que en no mostrando lo que valgo y puedo, Luego el morisco vil me tiene en poco. Presumirá llegar hasta Toledo, Según se precia de arrogante y loco, Cuanto más hasta Alora y Antequera, Si duerme aquí como en Argel pudiera. PÁEZ. Un moro pide para hablar licencia. NARV. ¿Es hombre principal?

La de Páez no había ido, doña Petronila o sea El Gran Constantino, que no iba nunca, pero tenía abonadas a cuatro sobrinas, tampoco les había consentido asistir.

PÁEZ. Es un criado De Alara, según dice. NARV. ¡Ah, dura ausencia, Con qué fiero rigor que me has tratado! ¡Oh leyes del honor, cuya inclemencia Quita el gusto del alma procurado! Gozar de Alara pude... mas no pude, Que pierde el bien quien al honor acude. Sale ARDINO, moro. ARDIN. Con un pequeño presente Alara salud te envía Y esta carta.