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Actualizado: 26 de junio de 2025
-Por esa trova -dijo Sancho- no se puede saber nada, si ya no es que por ese hilo que está ahí se saque el ovillo de todo. ¿Qué hilo está aquí? -dijo don Quijote. -Paréceme -dijo Sancho- que vuestra merced nombró ahí hilo.
Crescencia se llamaba la ciega o cegata, siempre hecha un ovillo, mostrando su rostro diminuto, y sacando del envoltorio que con su arrollado cuerpo formaba, la flaca y rugosa mano de largas uñas.
Se le sentían los ímpetus de su amor corriéndole hasta por los brazos inconmensurables, como el agua de lluvia por las mangas de un tejado; reviraba los ojos hacia Tona, y se devanaba a sí propio, como en un ovillo, cuando la jampuda moza se acurrucaba delante de él o le tocaba al pasar hacia la alacena.
Al poco rato tornó á insinuárselo de un modo más perentorio. Á otra puerta. Jacinto siguió incrustado en el asiento como si allí hubiera nacido y criádose. Pasaron algunos minutos más, y observando que el tío Lalo estaba ya dormido con las narices sobre la nasa y á la tía Blasa se le había caído el ovillo, le dijo con impaciencia: ¡Rapaz, márchate ya!
Y no será aventurado afirmar también que la imaginación del fugitivo se iba quedando atrás como un hilo desenvuelto del ovillo que rueda.
¿Quién era ese individuo? Pues no sé... Un pobre diablo con carta de hambre, cualquierr cosa... ¡Ahí está el hilo del ovillo! exclamó con grande interés Jacobo . ¿Le dejaste solo? ¿Tocó el álbum?...
Hemos empleado una gran parte de la mañana en hacer varias pequeñas compras. Mi mujer. Compremos ahora un ovillo de hilo. Yo. Es que yo ignoro cómo se llama el ovillo en francés. Mi mujer. Pues, compremos trencilla para atar las botas. Yo. Es que yo ignoro cómo se llama la trencilla en francés. Mi mujer. Pues compremos siquiera los camisolines. Yo.
Segismundo fue el primero que penetró en la estancia, sin miedo alguno, y vio a Maxi en un rincón, hecho un ovillo, con más apariencias de imbecilidad que de furia, demudado el rostro y las ropas en desorden.
Encogido, doblado, hecho un ovillo, yacía al pie de una de las paredillas del camino, mientras Telva se erguía un poco más arriba, en actitud airada, los ojos centelleantes, las mejillas pálidas, arrojándole sin piedad todos los pedruscos que hallaba a mano. Y la lengua la movía con igual celeridad que las manos.
Rosa, hecha un ovillo en el suelo, sangrando por el rostro, contestaba con el valor pasivo y salvaje de las aldeanas avezadas a los golpes: No, no quiero; ¡no quiero! ¡Ya querrás, remaldita!... ¡yo te haré querer!... ¿Estás orgullosa porque te canta al oído el sobrino del señor cura, verdad?... ¿No sabes para qué te quiere a ti el sobrino del señor cura, verdad?
Palabra del Dia
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