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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Y cuando él ansí estaba haciendo el sacrificio, ningun señor osaba entrar dentro, y todos se quedaban en el patio, y allí hacian ellos fuera sus sacrificios y sus mochas y adoramientos.
En esto, parece ser, o que el frío de la mañana, que ya venía, o que Sancho hubiese cenado algunas cosas lenitivas, o que fuese cosa natural -que es lo que más se debe creer-, a él le vino en voluntad y deseo de hacer lo que otro no pudiera hacer por él; mas era tanto el miedo que había entrado en su corazón, que no osaba apartarse un negro de uña de su amo.
Cuando estaba ya en los postres le anunciaron al guarda general: un muchacho lleno de obsequiosidad y balbuciente, que se confundía en salutaciones y no osaba sentarse, tanto le intimidaba la presencia del inspector general.
Lo decía con tal humildad, con un deseo tan vehemente de ver admitido el ruego, que el hijo no osaba repeler su acompañamiento. Para callejear con Argensola tenía que escurrirse por la escalera de servicio y valerse de otras astucias de colegial.
Quince dias se pasaron en este trato, y el infante creyó siempre que aquellas eran palabras de cumplimiento, y que á lo último obedecerían al rey. En este medio Rocafort, como de su parte tenia todos los Turcos, y Turcoples á su disposicion, y parte del ejercito que le seguia, la otra como inferior no le osaba contradecir.
Desde la oscuridad, pero estrechando todavía su mano, continuó: Transcurrió mucho tiempo antes de que pudiese acostumbrarme a las cosas de por aquí, pues estaba habituada a la sociedad y a sus gustos y comodidades. Busqué una mujer que pudiera auxiliarme, pero fue en vano, y por otra parte no osaba fiarme de un hombre.
El ruido de pasos se dejó oír más. De un salto me paré... Roberto vino, se sentó al borde de la cama; con la mano enjugó el sudor que cubría la frente de Marta, e hizo deslizar los cabellos de ésta por entre sus dedos. Yo lo observaba de reojo y a hurtadillas. Apenas osaba respirar.
Además, era un miedoso, que siempre temía resfriarse y no osaba salir á la calle en los días nublados si le faltaba el paraguas. A él que le hablasen de hombres valientes. No sé... respondía á su madre . Tal vez estará metido en cama, con siete pañuelos en la cabeza. Cuando volvía don Pedro, la casa recobraba su normalidad de reloj pausado y seguro.
Discutían con gravedad el precio y la clase de las telas; y tan grande era la simpatía, que si aquel grandullón de enormes barbas osaba decir una palabra un poco alegre, «la beatita» sonreía con toda su alma, mostrando una dentadura igual y brillante.
Toledo lo vió de pronto con un profundo corte en la frente; luego creyó distinguir que una de sus orejas estaba medio despegada del cráneo. Aquel gato salvaje de las estepas se escurría bajo su sable. Nadie osaba intervenir; el duelo era sin misericordia, sin descanso, sin otra condición definida que la muerte de uno de los dos.
Palabra del Dia
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