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Actualizado: 7 de julio de 2025
En medio de sus dolores ella se puso a sonreír, y, posando penosamente su mano en mi cabeza, murmuró con voz apenas perceptible: ¿Sin duda os he asustado mucho? Sus palabras, ligeras como un soplo, me embriagaron como un canto de paz; por un instante creí que iba a quedar libre del peso que me oprimía el pecho, pero me fue imposible llorar. ¿Cómo te encuentras? pregunté.
Temblaba de frío, y con el brazo derecho oprimía los aros broncíneos de un trombón, dirigiendo la abollada boca hacia adelante como si quisiera bostezar con ella en vez de hacerlo con la suya propia. «Este amigo dijo Ido, en son de presentación , este amigo mío... un italiano, señora... se llama el señor de Leopardi, un artista desgraciado.
Pero con frecuencia, exaltándosele la expresión del semblante, la idea musical la arrebataba. Entonces las otras enmudecían. Carmen, arrodillándose junto a Zoraida, la miraba con atención ingenua, y después, hacia las últimas notas, se oprimía el corazón y suspiraba sonriendo.
Al estrecharla, don Pedro no pudo dejar de notar las bizarras proporciones del bello bulto humano que oprimía. ¡Una real moza, la primita mayor! ¿Tú eres Rita, si no me equivoco? preguntó risueño . Tengo muy mala memoria para nombres y puede que os confunda. Rita, para servirte... respondió con igual amabilidad la prima . Y ésta es Manolita, y ésta es Carmen, y aquélla es Nucha....
La reserva misma de mis respuestas, despertó la curiosidad de la señora de Laroque, que me oprimía á preguntas, y que se dignó muy luego comunicarme ella misma, sus impresiones, sus recuerdos y sus entusiasmos de viaje.
Como si el joven no hubiera comprendido al principio, o le pareciera haber comprendido mal, miraba a su interlocutor con ojos despavoridos, y en toda su actitud, en sus labios entreabiertos, en su respiración breve y precipitada, en el tembloroso ademán con que alzaba el brazo y se oprimía el pecho con la mano, se veía como si de repente hubiera sentido el corazón atravesado por un dolor agudísimo.
No recordaba cómo ni cuándo las había recogido y envuelto otra vez en su cucurucho. Después que palpó su tesoro, empezó a sentirlo por el peso, peso que le oprimía dulcemente el pecho.
Era una mano de Obdulia, la viuda eternamente agradecida. No saludaba con las dos, porque la izquierda se la oprimía dulce y clandestinamente Joaquinito Orgaz, quien jamás hizo ascos a platos de segunda mesa, en siendo suculentos.
»Sentí entonces que el corazón se me oprimía y me quedé sin aliento. Era aquélla la primera vez que le veía llorar, y esto me revelaba que ya no había esperanza. » ¡Estamos, pues, perdidos! exclamé. ¿No conoce usted ningún recurso? ¿No puede inventar ningún remedio? » Todo es inútil ya me respondió.
La bala se estrelló en la pared de enfrente sin hacer daño a nadie, y el autor del infame atentado cayó en una trampa, la indignación pública, cuyo engranaje de brazos y manos le oprimía, como si quisiera pulverizarle. Capítulo XVII Disolución
Palabra del Dia
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