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Actualizado: 26 de julio de 2025
¡Mamá! suplicó Susana. Que sí y que sí; ¡ella tenía un ojo y un olfato!
El Dios del Estado prusiano es el «viejo Dios alemán», un heredero de la feroz mitología germánica, una amalgama de las divinidades hambrientas de guerra. En el silencio de la avenida, el ruso evocó las rojas figuras de los dioses implacables. Iban á despertar aquella noche al sentir en sus oídos el amado estrépito de las armas y en su olfato el perfume acre de la sangre.
La juventud de las puertas, siempre bromista, se empeñó en hacerle repetir la romanza; pero don Serapio tuvo bastante buen olfato para advertir que los aplausos juveniles no eran de buena ley, y se negó a complacerla.
Esta habitación obscura y húmeda exhalaba un vaho de alcohol, un perfume de mosto, que embriagaba el olfato y turbaba la vista, haciendo pensar que la tierra entera iba á quedar cubierta por una inundación de vino.
Desde luego fomentó el trato de las dos, y concertaron salir reunidos para Vichy. Las noticias dadas por su hermano acerca de Lucía y Miranda lograron aguzar singularmente la hambrienta curiosidad de la anémica, y su olfato fino percibía no sé qué emanaciones novelescas en los sucesos acaecidos al matrimonio.
A un insulto, a una provocación, respondía con una obra de caridad de las que inmortalizaban a un santo; allí hacía falta, no sólo el sacrificio del corazón, sino el del estómago, pues todo se sacrificaba. Bonis no tenía ni amor propio ni náuseas; el olfato parecía haber desaparecido con el sentimiento de la propia dignidad. ¿Qué era aquello?
Porque así me lo atestigua el recuerdo de mil otras ocasiones en que he experimentado la misma impresion, porque con el testimonio del olfato están de acuerdo el tacto y la vista.
Los alimentos que nos convienen se adaptan bien á un paladar y olfato, no viciados por malos hábitos ó alterados por enfermedad; y el sabor y olor ingratos nos advierten cuáles son los manjares y bebidas que por su corrupcion ú otras calidades, podrian dañarmos. Dios no ha tenido ménos cuidado del alma que del cuerpo.
Por lo cual, deseosa de exasperarle y provocar la ruptura definitiva, le dijo con gran sorna: ¿Estás pensando en comprarme la Casa de la Moneda? Don Quintín, seducido por aquella idea de sabrosa venganza, miró a su querida, gozándose de antemano en la sorpresa que había de causarle y, tras larga pausa, habló tranquilo y sonriente: ¡Parece mentira qué repoquísimo olfato tenéis las hembras!
Cierto es que Fortunata lloraba; pero algunas veces la causa de la aproximación del pañuelo a la cara era la necesidad en que la joven se veía de resguardar su olfato del olor desagradable que las ropas negras y muy usadas del clérigo despedían.
Palabra del Dia
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