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Actualizado: 3 de junio de 2025
Unas en grupos resonantes de gritos y risas, otras solitarias preocupadas, caminando a paso largo, todas con vistosos trajes de percal y flores en el cabello, pasaron por delante de mí, dirigiéndome alguna vez breves miradas de curiosidad y sorpresa, como si pensasen: «¿Qué hará aquí este desaborío, que ni siquiera nos dise: ¡Olé las mujeres castisas! ¡Viva tu madre, mi niña!?»
¡Olé, salero! ¡Viva tu mare! se atrevió a gritar un andaluz con acento gallego. Su entusiasmo le costó una galleta un coscorrón de un su amigo, más respetuoso. ¡So bruto, mira que es la Regenta! Era popular su hermosura. A Petra también le decían los pollastres que era un arcángel; iba contenta. Ana sonreía y aceleraba el paso.
Siguió adelante hasta llegar cerca de la fiera, y allí desplegó la muleta, dando aún algunos pasos más, como en sus buenos tiempos, hasta colocar el trapo junto al babeante hocico. Un pase; ¡olé!... Un murmullo de satisfacción corrió por los tendidos. El niño de Sevilla volvía por su nombre; tenía vergüenza torera. Iba a hacer alguna de las suyas, como en los mejores tiempos.
Hay una palabra en casi todos los cumintán que no se puede traducir á ningún idioma conocido; es como si dijéramos el ¡ole! ó el ¡chachipé! de la taberna del candil de Cádiz. Si no hay lengua en el mundo que traduzca esas palabras, tampoco la hay que lo haga del cariquit-diquitán tagalo. Dicha palabra compendia todo un mundo de mimos, de caricias, de besos, de suspiros.
Los pilluelos, con los paquetes de impresos bajo un brazo, se quitaban la gorra, saludando con entusiástica familiaridad. ¡El Gallardo!¡Olé el Gallardo!... ¡Vivan los hombres!
Iban todos confundidos, aplastándose en las calles estrechas entre el «paso» enorme y las paredes, pero con los ojos fijos en los de la imagen, hablándola, lanzando piropos a su hermosura y su milagroso poder, con la inconsciencia del vino y de su ligero pensamiento de pájaro. ¡Olé la Macarena!... ¡La primé Virgen der mundo!... ¡La que le da por el... pelo a toas la Vírgenes!...
Durante estas poesías y las otras que siguieron, el caballero de las patillas no dejaba de gritar de cuando en cuando, al final de las estrofas: «¡Olé! ¡Viva tu mare!», dando el consabido porrazo en el suelo con el enorme roten que empuñaba. Yo cada vez estaba más escamado de él, y por encima de las cuartillas que tenía en la mano le echaba miradas, ora de temor, ora de recriminación.
Otra copa. ¡Olé, mi niña, valiente! ¡Siga la juerga! Bailaban en medio del corro algunas muchachas, con torpeza de campesinas, haciendo frente a los viñadores no menos rústicos. Eso no vale ná gritó el señorito. ¡Fuera, fuera! A ver, maestro Águila continuó dirigiéndose al tocador. Un baile de señorío por todo lo alto. Una polka, un wals, cualquier cosa.
Hay que observar que las que siguieron eran cada vez más expresivas, por no decir picantes, y que entre una y otra el beneficiado de la catedral dirigía por debajo de sus negras y largas pestañas miradas provocativas a la joven regordeta que había cantado el rondó de Lucía. Después supe que era su maestro de música. Aplaudimos esta vez más sinceramente. ¡Olé el presbítero! gritó D. Acisclo.
Reclinó su cabeza en el hombro del espada, y así permaneció, como si en tal posición fuese a dormirse de entusiasmo. Los empujones de Gallardo y los tirones de los amigos libraron al espada de este abrazo interminable. El borracho, al verse separado de su ídolo, rompió en gritos de entusiasmo. ¡Olé los hombres!
Palabra del Dia
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