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Actualizado: 3 de junio de 2025
¡Olé las mujeres de buen diente!... Ahora a beber para que no se os atragante el bocado. Las botellas se vaciaban, y las bocas de las muchachas, azuladas antes por la anemia, mostrábanse rojas con el zumo de la carne, y brillantes con las gotas de vino que se escurrían hasta las barbillas. Mari-Cruz, la gitana, era la única que no comía.
El era el primer matador del mundo, ¡olé! Así lo afirmaban su apoderado y los amigos, y así era la verdad. Ya verían los adversarios cosa buena cuando él volviese a la plaza. Lo del otro día era un simple descuido: la mala suerte, que le había jugado una de las suyas.
La muleta pasó sobre los cuernos, y éstos rozaron las borlas y caireles del traje del matador, que siguió firme en su sitio, sin otro movimiento que echar atrás el busto. Un rugido de la muchedumbre contestó a este pase de muleta. ¡Olé!... Se revolvió la fiera, acometiendo otra vez al hombre y a su trapo, y volvió a repetirse el pase, con igual rugido del público.
Hay allí una muchacha ciega, a quien llaman la Tiñosa, la cual canta el jaleo y el ole con tanto primor, que oyéndola he sentido emociones dulcísimas y me he trasportado a las últimas, a las más remotas regiones de lo ideal.
El señorito paseó su mirada de triunfador sobre las aterradas jóvenes, no acostumbradas a tales escenas. ¿Eh?... ¡Allí tenían a un hombre! Las Moñotieso y su padre, que por acompañar a todas partes a don Luis como pupilos de su generosidod «se lo sabían de memoria», se apresuraron a dar por terminada la escena, moviendo gran estrépito. ¡Olé los hombres de verdá! ¡Más vino! ¡Más vino!
Nelet, con la gravedad de un maître d'hôtel, muy circunspecto desde que veía en la mesa al tío millonario, sacó de la cocina el plato del día, la obra maestra de Visanteta, un pescado a la bayonesa que arrancó a todos un grito de admiración. ¡Caballeros...! ¡Ni en la mejor fonda! dijo Rafael . ¡Ole por la cocinera! Don Juan encontró de mal gusto la felicitación, pero admiró la obra.
Miró en torno de ella, titubeando, como extrañada de verse en el lecho, en plena noche, a la luz de una bujía que marcaba en la pared las sombras de Isidro y la Teodora, sentados junto a la cama. ¡Ya está buena la señorita! gritó la vieja . ¡Olé, ya tenemos niña!
El viejo capataz, enardecido por la voz de María de la Luz, parecía olvidar que era su hija, y soltaba la guitarra para echarla su sombrero a los pies. ¡Olé mi niña! ¡Viva su pico de oro, la mare que la crió... y el pare también!
Cualquiera otra se hubiera desmayado ante aquella escena; pero ella no estaba de ese humor. Agitada, furiosa, dijo en voz alta: ¡Dame el revólver, yo le mato! Esta frase tuvo un gran éxito. El coro la acogió con risas y muestras de aprobación. Uno exclamó: ¡Olé por la niña de sangre!
El espada le dio un pase de pecho, superior. ¡¡Ole!! rugió de nuevo la plaza. Y otra vez se hizo el silencio. Siguieron a éste otros pases naturales y en redondo, dados tan en corto y con tal maestría, que el público quiso volverse loco.
Palabra del Dia
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