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Me voy, te dejo, porque si estoy aquí, te pego, no tengo más remedio que romperte encima el palo de una escoba, y la verdad, si eres poco hombre para ese amor tan sublime, aún lo eres menos para recibir una paliza». Maximiliano la sujetó por el vestido y la obligó a sentarse otra vez. «Óigame usted... tía.

» Muchas gracias, y óigame ahora: usted es hombre que tiene vicios, no muy buena fama, y ya pasó de mozo algunos años hace... No se moleste usted en hacerme reparos, porque es perfectamente demostrable todo esto que afirmo. » Siga usted.

Basta, ; ya pasó, ya pasó. Hablaré ahora de lo que quieras. Es que yo no me fío de esa cabeza... Sin embargo, óigame usted, padrino. Estoy inclinada a renunciar a mis derechos para librarme de la persecución de los malos. ¡Qué infames picardías! ¿Debo o no debo hacerlo? Respecto a mis derechos, ¿los tengo yo? ¿Son un delirio o una verdad?

Y aunque no la comprendí, por un momento me sentí deslumbrado por su luz. No pude soportar su claridad, y aparté la vista. Y me burlé de ella y la ofendí. Se calló un momento, la vista fija delante de , cual si estuviera ciego, y luego prosiguió: Óigame usted. Cuando le haya dicho todo, comprenderá usted que mis palabras merecen fe. En los primeros tiempos de mi dicha me sentí otro.

¿Se atreve usted á negarlo? dijo Paz, dando algunos pasos hacia ella con el resplandor de la ira en los ojos. Yo ... no dijo Clara, retrocediendo con espanto. ... lo niego. Después añadió, haciendo un esfuerzo por calmarse y calmar á su juez: Óigame usted, señora: yo le contaré la verdad; le diré lo que ha sido. Yo soy inocente; yo no he permitido.... ¡Jesús, Jesús!

En su voz había algo que no conocía: su amor por usted, el rencor de tener que abandonar la felicidad que se prometía con usted. ¿De modo que ya no puedes tolerar mi vista? ¿Tanto te horrorizo? La dije estas palabras, y muchas, muchas otras. Ella me respondió únicamente:. ¿De quién es la culpa? Óigame usted: este era el primer reproche que me dirigía después de tantos meses de dolor.

No puede usted negar quién es, Catalina; ya está usted en marcha; pero tenga un poco de tranquilidad y óigame. Nosotros vamos a luchar; pero ¿con qué medios? Con todos; todos son buenos: las hachas, las hoces, los bieldos... Desde luego; pero los mejores son los fusiles y las balas.

Ya pareció el peine me interrumpió con cierto despecho; ¡como si hasta que ustedes vinieron al mundo no supiera el hombre lo que era dignidad! No se ofenda usted, don Pelegrín, y óigame con calma.

Y quiso marcharse. No, señorita; oígame Vd. un momento. ¡Si Vd. supiera comprender lo que es para su indulgencia! Sin dejarle acabar, se dirigió a la puerta del despacho, y en voz muy baja, con un mohín encantador, volvió a repetirle: Exigente, exigente.

Cuando tío y sobrina se quedaron solos, dijo ella con la energía de quien no admite contradicción: Óigame usted bien, tío. Quiero irme a vivir solita, porque me conviene; no hay fuerzas humanas que me hagan desistir. Y le advierto a usted una cosa: que todo lo que se trae usted con la Carolina, la que estaba de corista cuando yo trabajaba.