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Arrepintióse al punto; había oído ella que las cosas santas no deben tirarse, sino quemarse, y volviólo a recoger todo de la misma manera para no tocar la reliquia, y fue a echarla entonces en una chimenea encendida que ardía en un ángulo. Otra vez lanzó, sin poderlo remediar, una mirada a hurtadillas, con medroso recelo, a la pálida cabeza del fraile muerto.

Al despedirse de Cirilo le dijo Elena: Hazme el favor de pagar a los criados y cerrar la casa. ¿Cerrar la casa? exclamó aquél. replicó Elena rompiendo a llorar . Yo no volveré ya más, suceda lo que suceda. Y se apresuró a montar en el coche. En el trayecto a la estación Visita la besaba cariñosamente y le decía al oído: ¡Ánimo, Elena! El corazón me dice que volverás a ser feliz.

A mis padres, hablando de Castilla Y de santas histórias, tengo oido De la sábia Judith, si decilla, Que bien veis que en la tierra soy nacida; Aquella grande hazaña y maravilla Que hizo, por nombre ha merecido Tan alto, que la Iglesia la pregona Por dechado de fuertes y corona.

Y claro está, todas aquellas rosas místicas, oyéndolas, se estremecían en sus cálices y se plegaban tímidamente. Susurrábanse al oído amargas quejas, mas no osaban producirlas en voz alta. D. Miguel era muy capaz de echarlas de la iglesia a coces.

La niña levantó el rostro, que estaba encendido y turbado. ¿No acabo de dar un grito? Martita se turbó y encendió aún más, y apenas pudo responder con voz temblorosa: No..., yo no he oído nada. Ricardo la miró fijamente y con asombro. ¿Por qué se ruborizaba aquella chica? Estaba soñando, pero juraría que he dado un grito... y juraría también, ¡qué cosa tan extraña!, que me has dado un beso.

iY bien! dignate de hacer confianza de mi; cuentame algunas cosas para pasar el rato: te he oido hablar vagamente sobre lo que sucedio en otros tiempos en esta misma torre.

Ahora rezulta que el amigo Zaleta ez un zuevo como una catedral. ¡Quién lo había de penzá, tan rebajuelo y tan chiquitín! , señor prosiguió el otro, como si no hubiera oído, hablando con lentitud y firmeza. El caudillo que dio origen a nuestra familia se llamaba Rechila. Era hombre al parecer feroz y sanguinario.

El alma del poeta filipino Se detiene en la aurora del camino Y llama con sus alas a tu puerta ¡Es la hora en que el amor abre sus galas Si has oido los golpes de mis alas, Señora de mis cánticos, despierta!

-Así me lo parece a -respondió Vivaldo-; y no digo yo hacer tardanza de un día, pero de cuatro la hiciera a trueco de verle. Preguntóles don Quijote qué era lo que habían oído de Marcela y de Grisóstomo.

La doncella entró á reunirse con su señora y nosotros nos quedamos solos en el saloncillo. Pector y Raleigh se sentaron al lado de la chimenea, mientras yo, invenciblemente atraído por aquella puerta entreabierta, avanzaba á pasos ligeros, la cabeza inclinada, aprestando el oído y escuchando los más vagos rumores.