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Actualizado: 1 de noviembre de 2025


«Por aquí» dijo Santa Cruz señalando un arco que era la única salida. Y cuando pasaban por aquel túnel, al extremo del cual se veía otra plazoleta tan solitaria y misteriosa como la anterior, los amantes, sin decirse una palabra, se abrazaron y estuvieron estrechamente unidos, besuqueándose por espacio de un buen minuto y diciéndose al oído las palabras más tiernas. «Ya ves, esto es sabrosísimo.

-No será en daño ni en mengua de los que decís, mi buen señor -replicó la dolorosa doncella. Y, estando en esto, se llegó Sancho Panza al oído de su señor y muy pasito le dijo: -Bien puede vuestra merced, señor, concederle el don que pide, que no es cosa de nada: sólo es matar a un gigantazo, y esta que lo pide es la alta princesa Micomicona, reina del gran reino Micomicón de Etiopía.

Le había inquietado mucho la idea de que permaneciese en París. ¡Con las revoluciones que habían ocurrido allá en los últimos tiempos!... Desnoyers quedó dudando, como si hubiese oído mal. ¿Qué revoluciones eran esas?... Pero el oficial había pasado sin más explicación á hablar de los suyos, creyendo que Desnoyers sentiría impaciencia por conocer la suerte de la parentela germánica.

21 Y habitó en el desierto de Parán; y su madre le tomó mujer de la tierra de Egipto. 22 Y aconteció en aquel mismo tiempo que habló Abimelec, y Ficol, príncipe de su ejército, a Abraham diciendo: Dios es contigo en todo cuanto haces. 24 Y respondió Abraham: Yo juraré. 26 Y respondió Abimelec: No quién haya hecho esto, ni tampoco me lo hiciste saber, ni yo lo he oído hasta hoy.

Una parte la había oído ya Robledo en París: cómo se encontraron él y ella en Londres, la nobleza de su familia allá en Rusia, la alta posición de su marido en la corte de los zares. Pero ahora el tono del narrador era otro, y Torrebianca parecía dudar de aquel pasado que siempre había admitido de buena fe, exhibiéndolo con orgullo.

Los pétalos delicados lo acarician y besan sus párpados y sus labios. De pronto presta oído. Del suelo sube el rumor de una risa apenas perceptible, como si llegase del centro de la tierra; una risa leve como el ala del viento rozando la hierba... ¡pero tan alegre, de tan loca alegría!... Escucha un instante y espera oírla por segunda vez; pero todo queda en silencio.

Doña Lupe cogió por un brazo al cura y se lo llevó consigo temerosa de que se enzarzaran otra vez. En el comedor estaba Maximiliano sentado ya para almorzar. Había oído la reyerta sin dársele una higa de lo que resultara. Allá ellos.

Mudos de espanto y ansiedad estábamos todos aquí, atento el oído a los rumores de la calle, cuando sentimos que las puertas caían a golpes, y penetraba aquella soldadesca bestial, diciendo que se les entregasen todos los objetos de valor.

La carga de la bebida en su estómago no tuvo poca parte en aquel desaliento horrible, durante el cual vio desfilar ante su mente los treinta años de fracasos que formaban su historia activa... Lo más singular fue que en su tristeza sentía una dulce voz silbándole en el oído: « sirves para algo... no te amontones...». Mas no se convencía, no. «Al que me dijera pensaba , cuál es la judía cosa pa que sirve este piazo de hombre, le querría, si es caso, más que a mi padre». Aquel desventurado era como otros muchos seres que se pasan la mayor parte de la vida fuera de su sitio, rodando, rodando, sin llegar a fijarse en la casilla que su destino les ha marcado.

Aún hemos oído contar á personas de toda veracidad que el intruso y audaz hombrecillo había tenido una parte principal en las misteriosas relaciones de Salomé con aquel joven militar, á quien enviaron al Perú después del rompimiento de la dama con el imberbe duque de X....

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vengado

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