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Actualizado: 23 de octubre de 2025
No quiero, sin embargo, hacer un trabajo erudito, sino una meditación filosófica. Los poetas satíricos, los novelistas, los autores de comedias de todos los pasados siglos, han dado muestras de que en la época en que vivían se estimaba más el dinero que en la presente. Aun los mismos refranes, antiquísimos vestigios de lo que se llama sabiduría popular, vienen en apoyo de lo que digo.
Este deseo anhelante de escrupulosidad que apruebo en principio ha engendrado la necesidad de buscar modelo para todo lo que se está ejecutando. Los pintores no dan una pincelada ni los escultores ponen los dedos sobre el barro sin tener el modelo delante. A su ejemplo, los novelistas modernos llevan en el bolsillo una cartera para apuntar cuanto ven y oyen.
Entonces Cristeta se la levantó suavemente con ambas manos, y mirándole de hito en hito, cual si quisiera leerle en las pupilas el secreto, dijo: Juan... ¡mientes! a ti te pasa algo. Hubo un instante de ese silencio que los novelistas llaman solemne. Quien hubiese podido bucear en el pensamiento de don Juan, habría visto que le repugnaba mentir.
Poco fecunda fue España en novelistas durante todo el siglo XVIII y los dos primeros tercios del XIX. Las novelas inglesas y francesas traducidas al castellano, casi bastaban para el consumo, ya publicadas en los folletines de los periódicos diarios, ya propinadas en tomos.
Con su novela Los cuatro ochavos viene ahora a colocarse, sin duda, entre los mejores y más originales novelistas de toda España. La historia que nos cuenta está inmediatamente tomada de la realidad. Todo en ella, más que de ficción, tiene trazas de fiel trasunto de cosas que se han presenciado; no de nada que se inventa, sino de sucesos y de personas que se recuerdan.
Dignos sucesores han tenido y tienen para el cultivo de las ciencias históricas en los hermanos Oliver y en el doctor Berlanga; para la poesía, en Narciso Díaz de Escovar, Salvador González Anaya y Ramón A. Urbano, sin contar con los que residen en Madrid de asiento; y para la novela, en Arturo Reyes, que puede ya ponerse al nivel de nuestros mejores novelistas y autores de cuentos.
Por último, habiendo llegado á Vegalora cierto ingeniero belga para dirigir el laboreo de unas minas de D. Baltasar, tomó algunas lecciones de francés y trabó conocimiento por su mediación con los más acreditados y flamantes novelistas de la nación vecina, Alfonso Karr, Julio Janin, Teófilo Gauthier, Octavio Feuillet y otros.
Enumerar los rizos, moñas, lazos, trapos, adobos, bermellones, aguas y demás extraños cuerpos que concurrían a la grande obra de su monumental restauración, fatigaría la más diestra fantasía: quédese esto, pues, para las plumas de los novelistas, si es que la historia, buscadora de las grandes cosas, no se apropia tan hermoso asunto.
Sin afectación de arcaísmo y de purismo, sino del modo más natural y espontáneo, el lenguaje del Sr. López Roberts es castizo y propio en todas sus narraciones, y las escenas que describe parecen copiadas del natural, con exactitud en los pormenores, y sin que el autor peque de enojoso por prolijo, defecto en que suelen caer en el día no pocos novelistas. Muy fundadas esperanzas de que el Sr.
Resulta tan enorme la producción novelesca de los últimos cien años y tan diversas las actividades de sus novelistas, que autores y público viven ahora como desorientados. Es casi imposible encontrar un camino virgen de huellas. Cuando el novelista cree seguir un sendero completamente inexplorado, se entera á los pocos pasos de que otros avanzaron por el mismo sitio antes que él.
Palabra del Dia
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