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Saleta prosiguió imperturbable describiendo el hallazgo, la forma, el peso, cada uno de los adornos; no se le olvidó un pormenor. Y Valero mientras tanto no apartaba de él la mirada, sacudiendo la cabeza con creciente irritación. Todas las noches pasaba lo mismo.

¡Qué noches aquellas de invierno! La buena madre de Laura, después de cenar á primera hora, sentábase en un extremo del anchuroso sofá de lana, y se ponía á hacer calceta debajo de un colosal velón que ardía solamente por uno de sus mecheros. Ella y sus hermanas se colocaban en torno de la mesa y trabajaban, hilando, cosiendo ó haciendo también calceta.

Una de aquellas noches, estando a la reja con Gloria, en medio de nuestro cuchicheo íntimo y delicioso, soltó ésta un grito de terror que me dejó yerto, agarrado a la reja sin poder moverme. Había sentido una mano apoyarse en su hombro. Era la de su madre.

Pasaba las noches hablando; las paradojas surcaban su charla como cohetes de brillantes colores; pero sentíase incapaz de fijar con la pluma ni una pequeña parte de las ideas que se le escapaban en el chorro de la conversación.

Agustín me participó aquella novedad que por muchas razones asumía la gravedad de un secreto en una larga noche de convalecencia que pasó a la cabecera de mi lecho. Recuerdo que era a fines de invierno: las noches eran todavía largas y frías, y el fastidio de volverse a su casa tan tarde le decidió a esperar el día en mi cuarto. A media noche vino a interrumpirnos Oliverio.

No me la recuerde usted, padre mío. ¡Cuántas noches, mientras usted velaba a su cabecera y yo lloraba en mi cuarto, me ha asaltado ese recuerdo, causándome la tristeza propia del remordimiento! Pero por fuerza tendrá usted que perdonarme, porque junto a Magdalena pierdo la razón, todo lo olvido, el amor me trastorna...

Por las noches lo dormía sobre sus rodillas, cantándole los viejos zortzicos de los barqueros del Nervión ó relatándole patrañas que el pobre hombre apreciaba como lo más indiscutible de la sabiduría histórica. Gustábale especialmente relatar el origen de Bilbao.

¡Alberto!... ¡Pequeño mío!... Soy yo, tu abuela; ¿no me conoces?... Vendré á verte todas las noches.... ¡todas las noches! En la representación siguiente lloró menos. A la salida, habló con el hombre de la puerta con cierta familiaridad, como si ella también fuese de la casa. ¿Ha visto usted qué bien «trabaja» mi nieto?...

Es el caso que doña Nicolasa tuvo allá por el quinto mes un sueño extraordinario, en el cual vió que el fruto de su vientre, ya crecido y entrado en años, era arrebatado al cielo en un carro de fuego; más tarde la buena señora daba en soñar todas las noches que su hijo era consejero del Despacho, padre provincial, venticuatro, racionero, deán y hasta obispo, rey, emperador ó, cuando menos, papa ó archipapa.

Y allá, en lo alto del firmamento, iguales corros de nubes pardas y tristes amontonándose en silencio sobre la vetusta catedral, para escuchar en las noches melancólicas de otoño los lamentos del viento al cruzar la alta flecha calada de la torre. Estamos en Noviembre. El conde de Onís acostumbra a pasear a caballo lo mismo en los días claros que en los oscuros.