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Actualizado: 7 de junio de 2025
Repentinamente tuvo el presentimiento de que este transeúnte era «su inglés». Iba vestido de otro modo, con menos elegancia; sólo podía ver su espalda alejándose rápidamente, pero su instinto fué en este momento superior á sus ojos... No necesitaba mirar: era el inglés. Y sin saber por qué, apresuró el paso para alcanzarle.
Nadie necesitaba tanto como él que se le llamase al orden, y sobre todo, lo que más falta le hacía era que le recortaran la bebida, porque aquello no era ya boca, era un embudo. Jacinta presintió la jarana, y tomando una resolución súbita, tiró del brazo a su marido y se lo llevó, a punto que este empezaba a tomarle el pelo al inglés.
Yo veía á un hombre que se llevaba á Margarita, y necesitaba matar á aquel hombre. Era muy joven y la amaba; la amaba como... como á ella sola, porque... no he vuelto á amar.
A veces, un montoncito de lirios le cortaba el paso, y se veía precisada a saltar sobre ellos; otras, un rododendro extendía sus ramas para abrazar a la camelia de enfrente y formaba bóveda tan baja que necesitaba doblarse mucho para pasar. Antes de llegar creyó sentir leve rumor de voces. Quedó inmóvil y esperó algunos instantes. Volvió a percibirlo y se dirigió hacia el sitio de donde partía.
Enumeraban los regalos del contratista Pirovani, tan regateador y duro para los trabajadores. Todos los días de tren le llegaban á la marquesa paquetes de Buenos Aires ó Bahía Blanca, pagados por el italiano. Además, un carro con tonel no hacía otro trabajo que llevar agua del río á la casa. Aquella señorona necesitaba bañarse cada veinticuatro horas. Eso no es natural.
No se necesitaba mas para que acabasen de desplomarse con estrépito sus convicciones absolutistas, ya algo desmoronadas con el negocio del pasaporte.
Era hijo del picador que había en el pueblo, y mozo que por su figura podía ser el regocijo de los espectadores en un circo de acróbatas. Nada necesitaba añadir a su persona, ni polvos de harina, ni bermellón, ni tizne para quedar convertido en clown.
Para recorrer la cubierta de abajo, que sólo ocupa el centro, necesitaba doscientos pasos: unas cuantas vueltas, y se siente uno fatigado como después de una marcha.
Yo no comprendía que había en mí una exuberancia de vida, un deseo de acción; no veía que alternaba con gente orgánica y moralmente encanijada; que yo necesitaba hacer algo, gastar la energía, vivir.
El dolor es la misma ley de la vida, solía decir, y lejos de huir de él, lo que se necesitaba era hacer consistir el deber y el gozo en soportarlo con serenidad. Lo que había querido era substraerse al mal. Lo había afrontado para destruirlo; había descendido hasta allí por cumplir una obra de redención. La fuerza del amor le había parecido suficientemente grande para triunfar de manera inerrable.
Palabra del Dia
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