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Actualizado: 3 de junio de 2025
Yo exclamé con sequedad y firmeza: ¡Una pocilga, general! La generala, colocando delicadamente en el borde del plato un alón y limpiándose los dedos, dijo: Es el país de la canción de Mignon; el hermoso país donde florece la naranja.
Se encuentra en una bellísima situación, á la falda del Banajao, coloso que domina un extenso horizonte. Lucban es un pueblo de gran antigüedad, y su nombre, que en tagalo significa naranja, se debe, sin duda, á que en su jurisdicción se criaron gran número de dichos frutales.
Tal vez la esposa de algún exportador francés o inglés de los que se establecían en la ciudad para la compra de la naranja. Y obligado por el aislamiento y la vulgaridad de su vida a una dolorosa continencia, devoraba con sus ojos los contornos de aquella mujer, el dorso soberbio, opulento y elegante que parecía desafiarla con su indiferencia.
Allí estaba la ropa que había traído del río, y hasta la naranja corredora estaba allí también. ¿Si habrá sido todo un sueño? dijo para sí la lavanderilla. Quisiera volver al palacio del Príncipe de la China para cerciorarme de que aquellas magnificencias son reales y no soñadas.
Era hermosa, con una belleza más perturbadora que correcta. Su tez levemente dorada con el color de la naranja, sus ojos rasgados y algo subidos en su vértice, la abundante cabellera, que parecía retorcerse y vivir como un haz de serpientes negras escapándose de la opresión de las horquillas, le daban un encanto exótico.
Gran animación a la puerta, donde se estableciera un mercadillo; no faltaba el puesto de cintas, dedales, hilos, alfileres y agujas; pero lo dominante era el marisco, cestas llenas de mejillones cocidos ya, esmaltados de negro y naranja; de erizos verdosos y cubiertos de púas, de percebes arracimados y correosos, de argentadas sardinas, y de mil menudos frutos de mar, bocinas, lapas, almejas, calamares que dejaban pender sus esparcidos tentáculos como patas de arañas muertas.
Mansard fué el arquitecto de Versalles, uno de los mayores héroes que contribuyeron á la grandeza y á la gloria de Luis XIV. Sin embargo, creo que más que el alcázar de Versalles, vale la cúpula de los Inválidos. Creo que Mansard es más grande, mucho más grande, en esa cúpula que en aquel alcázar. Cuando aparto los ojos de esa media naranja, siento pesar. Es esbelta, atrevida, grandiosa.
En el padre de Rafael aún quedaba mucho de aquel estudiantón que tanto había dado que hablar. Sus gustos de libertino rústico le hacían perseguir a las hortelanas, a las muchachuelas que empapelaban la naranja en los almacenes de exportación.
D. Laureano no parecía disgustado con esta nueva fase de su conquista, aunque se dilatase más de lo que había imaginado. En esta materia había llegado a un sibaritismo refinado. Sólo tenía valor para él lo que costaba trabajo. Sin impaciencia ni inquietud esperaba alegremente que la naranja estuviese madura para sacudir el árbol y hacerla caer en su seno.
Antes de hablar de las cosas grandes que hay dentro, diré dos palabras de una cosa muy bella que hay fuera, en lo alto del edificio, recibiendo la luz del sol y de las estrellas. Aludo á la media naranja de los Inválidos.
Palabra del Dia
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