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Actualizado: 8 de mayo de 2025


10 Y viniendo también los primeros, pensaron que habían de recibir más; pero también ellos recibieron cada uno un denario. 11 Y tomándolo, murmuraban contra el padre de la familia, 12 Diciendo: Estos postreros sólo han trabajado una hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos llevado la carga y el calor del día.

38 Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. 40 Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. 41 Murmuraban entonces de él los Judíos, porque había dicho: YO SOY el pan que descendí del cielo.

El tono de acusación con que fueron dichas estas palabras conmovió á Torrebianca. Se humedecieron sus ojos y bajó la frente, como avergonzado de una acción innoble. Sus labios temblaron, y Robledo creyó adivinar que murmuraban levemente: «¡Pobre mamá!... ¡Mamá míaSobreponiéndose á la emoción, volvió á levantar Federico su cabeza.

Desde el año de la terrible muerte del rey emplazado , seis capellanes venian cada noche á decir su vigilia á la capilla mayor cabe la regia huesa: como espíritus del otro mundo allí misteriosamente congregados, deslizábanse silenciosos por las largas y tenebrosas columnatas, murmuraban su rezo, y volvian á dispersarse.

Las damas, con las manos trémulas, los ojos brillantes, murmuraban a cada instante : "Qué original es todo esto!... ¡Cuánto me alegro de haber venido!... Ha sido un capricho magnífico el de Clementina". Y todas procuraban encontrar el equilibrio de espíritu charlando de cosas indiferentes. Mas no lo lograban. La idea de tener encima tanta tierra pesaba sobre su pensamiento y lo turbaba.

El maestro de escuela había ido a arrodillarse junto a su mujer e hijos, que lo abrazaban con enternecimiento, recordando su peligro de hacía tres años; el alcalde, como un patriarca bíblico, ponía las manos sobre la cabeza de sus hijos, agrupados en su derredor; el tío Francisco y la tía Juana también, en medio de sus hijos, murmuraban llorando su oración; Gertrudis abrazaba a su hermosa hija, quien inclinaba la frente como agobiada por la felicidad, y Pablo sollozaba, quizás por la primera vez, teniendo aún entre sus manos la blanca y delicada de su adorada Carmen, que acababa de abrir para él las puertas del paraíso.

Cuando ya debía de estar en su casa el temerario, alguno de los que quedaban, decía de repente: Como ese otro.... Y todos sabían que aquel gesto de señalar a la puerta y tales palabras significaban: ¡Fuego graneado! Y no le quedaba hueso sano a ese otro. El Arcipreste no era de los que menos murmuraban.

Palabra del Dia

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