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Surgen como un elemento ciego y fatal, sin que los desanime la destrucción. Hombres y peces son sus contrarios; nada les inquieta y bogan sin cesar. Esto no debe sorprendernos, puesto que mientras navegan se aman, y cuanto más mueren, más producen y se multiplican sin detener su marcha.

Nací en Nápoles, me dixo, donde capan todos los años dos ó tres mil chiquillos: unos se mueren, otros sacan mejor voz que las mugeres, y otros van á gobernar estados.

Descaeció notablemente, hasta el punto de que la gente de fuera vió con claridad que se moría. A Raimundo no se le pasó por la cabeza. Aquella existencia estaba tan ligada a la suya, que las dos no formaban mas que una. Le pasaba como a casi todos los enfermos que no saben que se mueren. Aunque muy enferma, Isabel seguía con la misma diligencia gobernando la casa.

Cuando todo el mundo lo cree embarazado por aquella pérdida, una pérdida tan enorme, dice á Manzanedo que él llevará la Puerta del Sol á lo que es hoy Plaza de Toros; y si vive, es bien seguro que la llevará. Y es casi seguro que no dejará de vivir, porque hombres de semejante estrella no mueren hasta que dejan acabados sus planes.

Las fatigas hácense tan crueles, que unos mueren, los otros quieren volverse á su país. Kane se mantiene firme; ha ofrecido un mar, y preciso es que lo encuentre. Conspiraciones, deserciones, actos de traición, vienen á hacer más horrible la existencia de aquellos desgraciados.

Diciéndome que no debo creer que se mueren los niños... mandándome que no lo crea. ¿Yo?... Si usted me lo afirma, lo creeré, y me curaré de esta maldita idea... Porque... lo digo claro: yo he pecado, yo soy mala... Pues, hija, bien fácil es curarte. Yo te digo que tus niños no se mueren, que tus hijos están sanos y robustos.

Por los mares Atlántico y Pacífico tus fuertes galeones aún navegan, y van en ellos, bajo un sol de gloria, almas grandes que luchan y que anhelan, andantes caballeros del Ensueño, guardianes de la de Dulcinea, locos sublimes que descubren mundos y mueren por su reina la Quimera.

Si tenemos aún alguna guerra, es civil o colonial; guerras que podríamos llamar zompas, sin brillo y sin provecho, en las que mueren los hombres tan bien como en las Termopilas o en Austerlitz, pues sólo una vez se pierde la vida, pero sin el consuelo de la fama y de la admiración pública, sin la aureola de eso que llaman gloria. Han nacido ustedes demasiado tarde.

Sólo lo come de raíz, el verme de la muerte. En tanto dure la vida, es como una fontela donde todos acuden a beber y nadie la seca. Una fontela tiene agua para todas las sedes. ¿Y no habéis visto fuentes secas? En tiempo de calores. Mas aquéllas habíalas secado el sol, y no la boca de un sediento. Los lobos que quieren beberse toda el agua de las fuentes, mueren como odres reventadas.

También creo que en el mundo de los Hombres-Montañas las gentes dan su sangre y mueren por intereses completamente opuestos á sus propios intereses.