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Actualizado: 3 de junio de 2025


Corría como un gamo, aunque disimuladamente, para no perderlos de vista. ¡Cómo me saltaba el corazón! Los gritos de los muchachos herían mis oídos con dulzura inefable; las calles se mostraban más animadas que de ordinario; los semblantes de los transeúntes parecían más alegres; el cielo estaba más azul; el sol brillaba con más fuerza.

Buenos días, señorita; solamente nosotros estamos en nuestro puesto dijo el tío Marcial volcando su saco en la mesa y designando con franca risa la multitud de comadres y muchachos que, no habiendo podido encontrar sitio en la iglesia, esperaban la salida de la novia.

Hay en la otra parte de la calle un horno público para cocer pan, donde se reúnen al calor de aquel fuego que nunca se extingue, los viejos, los muchachos y las mujeres. Todo esto es lo que se ve desde una de las ventanas del salón.

Lo primero que hizo fue hacer desarmar a don Quijote y sacarle a vistas con aquel su estrecho y acamuzado vestido -como ya otras veces le hemos descrito y pintado- a un balcón que salía a una calle de las más principales de la ciudad, a vista de las gentes y de los muchachos, que como a mona le miraban.

A su despecho se sentían poseídos de admiración. ¡Tenía agallas el viejo! dijo uno, limpiándose unas gotas de sangre que le habían saltado a la cara. ¡Bien reñido estaba con la vida! manifestó otro. La verdad es, muchachos, que uno por uno este viejo se hubiera tragado a la media compañía con trapos y todo concluyó por apuntar un tercero, sin que nadie protestase.

Lo que en nosotros era admiración, en los indios era un terror visiblemente marcado en sus bronceados semblantes y en la estupefacción de sus miradas. Las escalas se encontraban fuera del bote, pero ninguno de los indios se atrevía á fijarlas en la roca. Vamos, muchachos dijimos por último, colocar las escalas y no tengáis miedo alguno.

Y como a más del insulto había le insidia, la atmósfera se cargaba. Me parece díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos que podrías tener más limpios a los muchachos. Berta continuó leyendo, como si no hubiera oído. Es la primera vez repuso al rato que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.

Don Jaime, cabalgando en medio de D. Acisclo y Pepe Güeto, precedido de una turba de muchachos y de hombres a pie, y seguido de buen golpe de gente a caballo y aun de más gente pedestre, se mostró al cabo a los ojos de nuestra heroína. La fama no había mentido. Era D. Jaime todo un galán caballero. Montaba con gracia y firmeza. Aunque tenía cerca de cuarenta años, parecía que apenas tenía treinta.

Seis meses después llegó, en efecto, el día en que se justificaron sus tristes presentimientos. Los dos muchachos se habían peleado en el patio, y Martín, el mayor, furioso al ver que Fritz era más fuerte, le tiró una piedra, hiriéndolo tan desgraciadamente en la parte posterior de la cabeza que lo hizo caer ensangrentado y sin habla.

Entre dos y tres de la mañana acometimos al pueblo, por tres partes, y á las tres horas, destruidas las palizadas, entramos, haciendo grande estrago en indios, mugeres y muchachos, aunque la mayor parte de ellos huyó á Acaraiba, pueblo suyo, que estaba veinte leguas de Froemidiere, el cual habian fortificado cuanto pudieron.

Palabra del Dia

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